“La vida se encoge o
se expande en proporción
a tu coraje.” Anaïs Nim
Cuando dejamos atrás algunas actividades que ocupan el mayor tiempo de nuestro diario convivir, comienza una temporada de grato descanso. Sin embargo, al pasar la etapa, se inicia un periodo de recomenzar, que implica la búsqueda de cosas, tareas e inquietudes que dejaste a medias o quizás atinar nuevas alternativas, que ayuden alimentar nuestro interior, para fortalecer vivencias con ópticas vitalistas.
Si tomamos el camino que se le ocurrió a mi persona, fortalecer el mundo de las letras. No puede pasar nada mejor, que un taller de poesía, y si corres con la suerte de que él que dirige la dinámica, tiene algo de filósofo, poeta, y ese toque del saber enseñar aprendiendo, es toda una riqueza. Pues te das cuenta, cuanto no sabes, que tienes mucho camino que recorrer y descubrir.
Mi primera clase fue nadar dentro de un universo lleno de retos, primero por entender el orbe donde me hallaba, seguido o a la par de las intensidades que encuentras en las letras desafiantes de maravillosas poetas, que invitan adentrarte y durante la travesía te toca tan profundo, que las interrogantes no dejan de originarse, sin parar y a la vez surge los miedos de lo nuevo. En mi caso, con ganas de quebrantarlo para poder nacer hacia un espacio sin tiempo, que la defino como la trascendencia de la palabra. Esto produce dinamismo, vida.
No hay nada mejor que la “buena fortuna”, tal como expresan mis buenos amigos asiáticos. Cada viernes me propongo traspasar el miedo, tener un lugar donde ir, rodeada de poetas llenos de sueños, esperanzas, cosas que contar a través de la palabra, de un enseñar sublime, sin pretensiones, sin tiempo, sin espacio, al desnudo, que estremece, llena tu carne, tu alma y regala existencia.
Es imprescindible en este cosmos llamado tierra, tan finito, lleno de espinas, alcanzar la rosa y desde lo divino aprender a oler su perfume.
