miércoles, 22 de marzo de 2017

EN EL CENTENARIO NATAL DE JUAN RULFO



EN EL CENTENARIO NATAL DE JUAN RULFO: HOMENAJE DE LA FILEY EN YUCATÁN - Elena Poniatowska




Para sacar provecho a Rulfo hay que escarbar mucho, como para buscar la raíz del chinchayote. Rulfo no crece hacia arriba sino hacia adentro. Más que hablar rumia su incesante monólogo en voz baja, masticando bien las palabras para impedir que salgan. Sin embargo, a veces salen. Y, entonces, Rulfo revive entre nosotros el procedimiento de ponerse a decir ingenuamente atrocidades, como un niño que repitiera las historias de una nodriza malvada. Todo empieza con la canción de la pitaya a la que Rulfo le tiene muy buena voluntad y le chispea en los ojos, verde, como la milpita tierna que a veces despunta allá, en la barranca de Apulco donde se crió:

“En la cárcel de Celaya

estuve preso y sin delito

por una infeliz pitaya

que picó mi pajarito;

mentira no le hice nada,

ya tenía su agujerito.”

Allí ’onde raya Rulfo, ¿quién raya? Naiden. Y, ¿después de naiden? Más naiden. Porque así como lo ven, todo engarruñado y escuálido, la mirada huidiza y desconfiada, Rulfo ha escrito dos libros: El llano en llamas y Pedro Páramo. Esas 325 páginas rayaron de una vez por todas las literaturas mexicanas.

“Hermosa flor de pitaya

blanca flor de garambullo.”

–Juan, ¿por qué cantas eso?

–Por infeliz.

–Infeliz la pitaya, ¿no, Juan?

–También yo.

–Infeliz Pedro Páramo, ¿no, Juan?

–Ese sí fue un desgraciado.

Por algo Pedro Páramo se llamaba Los murmullos, porque eso es lo que se oye en toda la novela, un rumor de ánimas en pena que vagan por las calles del pueblo abandonado. Rulfo se parece a esos hombres temerarios que aceptan la cita del fantasma y se ponen a hablar con él a medianoche: "En nombre de Dios te digo, si eres de este mundo o del otro", y que luego amanecen medio atarantados, todavía con el temblor del miedo sacudiéndoles el cuerpo y sin ganas de conversar ya con los vivos. El propio Rulfo tiene mucho de ánima en pena, y sólo habla a sus horas, en esas horas de escritor serio y callado, tan distinto de todos aquellos que no dejan escapar la menor oportunidad de ser inteligentes. A Rulfo no le gusta hablar de sí mismo, porque se ha dado por entero a las voces de su pueblo, a los murmullos de Comala que todos los días se abren paso en él, trabajosa y torpemente, porque Rulfo apenas les ayuda a expresarse, los tira a media calle a ver si logran atravesarla, los avienta en un petate y los ataranta de calor hasta que dan la última bocanada. Todas las tierras de Rulfo parecen zonas de desastre abatidas por la sequía. Los personajes titubean, buscan poco a poco su lenguaje de labriego, sus duras palabras de piedra y de lodo, traduciendo otra vez el alma humana, repitiendo sus giros, insistiendo en la idea fija: malos y buenos en la inocencia de su índole a medias cortesana y salvaje.

Rulfo siempre tiene un aire de poseído, y a veces se percibe en él esa modorra de los médiums: anda a diario como sonámbulo cumpliendo de mala gana los menesteres vulgares de la vida despierta. Con el oído atento, deja pasar todos los ruidos del mundo, en espera del mensaje preciso, de la palabra que otra vez ha de ponerlo a escribir, como un telegrafista en espera de su clave. En sus cuentos han hablado muchas almas individuales, pero en Pedro Páramo puso a hablar a todo un pueblo, las voces se revuelven una con otra y no se sabe quién es quién. Mas no importa. Las almas comunicantes han formado una sola: vivos o muertos, los personajes de Rulfo entran y salen por nuestra propia alma como Pedro por su casa.

–¿Y Efrén Hernández, Juan?

–Ese, lo sabes bien, ya murió.

–¿Y Cleofas?

–También.

–¿Y Agustín Yáñez?

–Murió. ¿Por qué me lo preguntas si ya lo sabes?

–Pero tú estás vivo y tú eres un gran escritor.

–Pues yo siento que soy un pobre diablo, así es el sentimiento que tengo; soy todo deprimido y marginado.
Foto
Juan Rulfo nació en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917, y falleció en la Ciudad de México el 7 de enero de 1986Foto Luis Humberto González  

–Eres más ocurrente que eso, Juan.

–Eso sí, tengo mis ocurrencias. Pero lo que no me gusta es la gente, hablar en público, no me siento bien, nada bien. Me entra el pánico, me deprimo mucho, por eso te digo que soy deprimido, me entra la depresión baja y siempre tengo la presión baja, entonces me entra una depresión más baja que la depresión.

En 1970, cuando le dieron el Premio Nacional de Literatura, produjo con su voz cascada un discurso totalmente rulfiano: "No recuerdo por ahora quién dijo que el hombre era una pura nada. No algo, ni cualquier cosa, sino una pura nada. Y yo me siento así en este instante; quizá porque conociendo lo flaco de mis limitaciones jamás elaboré un espíritu de confianza; jamás creí en el respeto propio".

"Allá en Comala he intentado sembrar uvas; no se dan. Sólo crecen arrayanes y naranjos; naranjos agrios y arrayanes agrios. A mí se me ha olvidado el sabor de las cosas dulces."
Para eso de las entrevistas, Rulfo es como los arrayanes y los naranjos que se dan en Comala. Cuando le hice la primera pregunta, en enero de 1954, me quedé media hora esperando la respuesta. Me miraba lastimosamente como miran esos perros a quienes se les saca una espina de la pata. Y al fin comencé a oír la voz de los que cultivan un pedazo de tierra seco y ardiente como comal, áspero y duro como pellejo de cava.

Eso fue hace 63 años. Rulfo era gordito y a él –el árbol escueto de El llano en llamas– le gustaban mucho los sabinos del Paseo de la Reforma. Después se hizo famoso y eso ya no le gustó tanto, porque la fama ataranta. Pero en esos años, cuando caminaba por las calles de Tíber, de Duero, Ganges, Nazas y Guadalquivir (el Fondo de Cultura Económica estaba en la calle de Pánuco) no se le veía por ningún lado la tristeza. Luego se hizo el escritor más triste de todo el continente latinoamericano, de la Patagonia a Alaska, y nosotros, años después, hemos seguido arropándolo para poder conservar esa gran tristeza que hace de él un ánima en pena, la de Pedro Páramo, cayéndose como montón de piedras sin Susana San Juan, la de las mujeres enlutadas de Anacleto Morones, la de la niña Tacha que pierde la vaca en "Es que somos muy pobres", la de nuestro presente ahora mucho peor que antes, la del migrante fracasado en su "Paso del norte".

Como Pedro Páramo, Rulfo camina entre la sequía y es hombre de pocas palabras, árido, hosco, desalentado. Porque a Rulfo todo parece desalentarlo, la vida, los honores, el trato con los demás y sobre todo las entrevistas. Yo creo que desde siempre se siente extraño, no sólo en la capital sino en el mundo. Y es que salió de una barranca muy honda, la de Apulco, y de allí también, con mucho trabajo, fue sacando los recuerdos y desde entonces, al hilvanarlos en dos libros prodigiosos, algo se le desacomodó por dentro, quizás el alma.

"Yo vivo muy encerrado siempre, muy encerrado. Voy de aquí a mi oficina y párale de contar. Yo me la vivo angustiado. Yo soy un hombre muy solo, solo entre los demás. Con la única que platico es con la soledad. Vivo en la soledad. Ya sé que todos los hombres están solos, pero yo más. Me sentí más solo que nadie cuando llegué a la Ciudad de México y nadie hablaba conmigo, y desde entonces la soledad no me ha abandonado. Mi abuela no hablaba con nadie, esa costumbre de hablar es del Distrito Federal, no del campo. En mi casa no hablamos, nadie habla con nadie, ni yo con Clara ni ella conmigo, ni mis hijos tampoco, nadie habla, eso no se usa; además, yo ni quiero comunicarme, lo que quiero es explicarme lo que sucede y todos los días dialogo conmigo mismo mientras cruzo las calles para ir a pie al Instituto Nacional Indigenista, voy dialogando conmigo mismo para desahogarme; hablo solo. No me gusta hablar con nadie."

–Como le haces al cuento, Juan.

–Hace mucho que no los hago.

lunes, 13 de marzo de 2017

GUSTAVO PEREIRA



 “Persisten en los seres humanos fuerzas interiores adormecidas,

tapiadas por la ferocidad o el aguante invisible de la injusticia

 o la soledad, o por la alienación del orden social,

que el arte y la literatura pueden ayudar a despertar y revelar.

Esta sigue pareciendo una misión no excluyente ni única,

pero necesaria, de todo arte y toda literatura de nuestro tiempo.”

Esta  es una de las expresiones de Gustavo Pereira en un escrito realizado en la revista “A plena Voz” el cual tituló ¿Misión del arte y la literatura?


El poeta siempre ha sostenido su inquietud sobre la actuación que puede la poesía, la literatura desempeñar en este mundo tan dado a las mutabilidades. Invita en sus textos reflexivos a comprender que el ser humano se encuentra fragmentando producto de la injusticia, los imperios, los poderes políticos,  la tecnocracia (que nos aclara “no es ciencia”), que de manera cruzada atenta contra el desgaste y la desaparición del prójimo, reafirma que el verso, la prosa, la música donde surge la ternura, la angustia, el asombro  y todos esos sentimientos que existen tan vivos  que permitan que los humanos despierten llegando a una conciencia sensible, la emoción de estar vivo, redescubrirse sobreponerse al horror y la muerte, destruyendo cadenas liberándose de sus propias cadenas  y de otras impuestas.


Los seres invisibles, texto de mucho sentimiento, cronología histórica para decir como el mejor, así lo define el propio Pereira: “Escribo estas líneas menos como incierto oficiante de la poesía que como angustiado ser humano cuya sensibilidad nació y creció bajo un orden social acicateado por injusticias seculares, y que aprendió a ver en su país, más allá del paisaje luminoso y de las gentes concretas y visibles, a ciertos seres invisibles que también lo poblaban. Tan invisibles y tan numerosos y tan laboriosos y tan persistentes como las gotas de la lluvia, y a quienes debo -o tal vez deba decir debemos- el papel donde escribo, el lecho donde duermo, el zapato que calzo, el plato donde como, el techo que me alberga y hasta el espíritu que me alienta.” Gustavo Pereira

  Aquí texto completo  “Los seres invisibles” https://www.aporrea.org/actualidad/a9514.html


 Aquellos que nos encontramos entre las líneas de alguna forma, sabemos cuánto despierta el alma estas herramientas, que tanto defiende nuestro amado poeta Pereira. Nos hallamos, mejor dicho nos reencontramos para transfórmanos en multiplicadores del despertar, somos poetas dormidos y que nos despierta aquellos que son capaces de dejar líneas o palabras llenas de angustia, asombro, ternura sin temor, pero que dejan huella profundamente en la historia… Nunca mueren.

Gustavo Pereira nació en Punta de Piedra, Isla de Margarita, Venezuela, en 1940. Actualmente vive al Oriente del país. Poeta y crítico literario, se Doctoró en Estudios Literarios en la Universidad de París. Fue fundador del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales y del Centro de Investigaciones Socio-Humanísticas de la Universidad de Oriente. Asume el compromiso social y político. Su poesía es de gran importancia para comprender el nuevo quehacer poético venezolano; de lenguaje directo, imaginativo y acusador. Es uno de los poetas venezolanos más importantes de su generación y de la historia literaria venezolana, latinoamericana. Formó parte del grupo “Símbolo” (1958). Fue director y fundador de la Revista Trópico Uno de Puerto La Cruz. Ha publicado más de treinta títulos, entre ellos: Preparativos del viaje (1964); En plena estación (1966); Hasta reventar (1966); El interior de las sombras (1968); Los cuatro horizontes del cielo (1970); Poesía de qué (1971); Libro de los Somaris (1974); Segundo libro de los somaris (1979); Vivir contra morir (1988); El peor de los oficios (1990); La fiesta sigue (1992); Escrito Salvaje (1993); Antología poética (1994); Historias del Paraíso (1999); Dama de niebla (1999); Oficio de partir (1999) y Costado indio (2001).. Ha recibido algunos reconocimientos, entre ellos, el Premio Fundarte de Poesía (1993), el Premio de la XII Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1997) y el Premio Nacional de Literatura (2001).

martes, 7 de marzo de 2017

MUJER 8 de Marzo



¡Conmemoración a las luchadoras!
Hoy en nuestro día llena de sentimientos por recordar las audaces anónimas, por las que día a día sumergidas en sus múltiples tareas llevando la carga de infinitas historias que anulan su andar, pero que perpetuán sus obras, les dejo estas líneas cargada de amor y respeto:
MUJER

Autora: Miriam Flores 
 
Sentimiento a flor de piel, sublime como el perfume de una rosa
huracán desenfrenado ante la injusticia de lo que ama,
látigo fustigante si hay heridas, cobijo, refugio,
regazo oportuno sin ser pedido.

Vientre fecundo, fértil, lleno de vida por la vida, sino hijos por azar del destino
pare abundantes ideas, inventos, libertades, nunca vacía.

Forjando historia en el silencio, oculta pero viva, sin pausa, el descanso inexistente, construye y hace que su obra se perpetúe.

Sensualidad que lleva al goce producto de ese regalo
hecho por Dioses para ella y su compañero,
pasión que produce el amor sólo en su presencia.

Intuición hecha persona, bandera activa, acento femenino, visión, olfato que no se equivoca producto de ese no sé que,
más allá de lo metafísico.

Fruto de la Pachamama  que la contiene y que es ella a la vez, produciendo sueños, naturaleza, vida, llenas de amor, esperanza, pero nunca olvido.

Mujer, gozo de nuestra humanidad,
plena nunca desierta siempre despierta,
llenas de luz en absoluta armonía con el Universo,
busca el equilibrio para que la equidad sea la norma
sin maltrato, sin injusticia,
con espacio para la auténtica vivencia humana.

¡Feliz día de la Mujer!

NUEVA PUBLICACIÓN

UN CONTAMINANTE: EL RUIDO

El ruido, dentro de algunas definiciones, determina a todo sonido no deseado que altera el bienestar en el ser humano. En las ciudades muy p...