domingo, 2 de abril de 2017

NOS QUEDA LA PALABRA, Ciclo de Tertulias



Caminar por las calles de Caracas y encontrar lugares que te lleven a compartir sobre temas diversos donde encaje la tertulia, el canto y las letras es maravilloso, pues esta ocurriendo este encantamiento el día jueves a partir de las 2pm,  entre la esquina Las Mercedes y la Avenida Nor2  en Altagracia, a través de un ciclo de tertulias denominado “Nos Queda la Palabra” ( en honor al poeta Rafael Alberti), en  La Casa Nacional de Las Letras Andrés Bello, mejor conocida la Casa de Bello.

Se tratan con respeto la visión de temas infinitos que trascienden en el tiempo, producto de la oralidad, quizás más intensos  por sus vivencias, que se hacen palabras, analizadas entre poetas, jóvenes estudiantes de nivel medio, músicos, gente dispuesta a escuchar y sobre todo seres emprendiendo con el hacer la fuerza profunda de la palabra fértil, que sea inagotable para todo aquel que desee participar.

Se inicia con el anfintrión el poeta Osuna que de manera abierta aborda el tema e invita  a través de interrogantes  junto con los exponentes que ayudan al despertar sobre el tópico del día, se agrega un canto, comienza el intercambio quizás con un aporte de esa sabiduría de los asistentes o alguna pregunta que ayuda a enriquecer la tertulia, y allí el tiempo se vuelve enemigo, nadie quiere terminar pues eres parte del encuentro, esa magia de lo compartido donde todos y todas nos hallamos  desde nuestra divergencia  en un punto común para hacer de ello lo más hermoso el encuentro entre las letras, lo vivido y lo que nos llevamos crecidos en espíritu, en comprensión, como diría Bolívar en luces.

Hoy por hoy La Casa de Bello allí en Altagracia bajo la conducción del poeta William Osuna,  su gran equipo y con sus múltiples actividades llevando en alto ese nombre hacen honor a Andrés Bello, dando moral y luces en sus atinadas jornadas.

martes, 28 de marzo de 2017

ANÉCDOTAS PARA REFLEXIONAR (II)



EL GUARDIÁN DEL CASTILLO
Cierto día, en un monasterio Zen-Budista, a la muerte del guardián, fue necesario encontrar un sustituto. El gran Maestro entonces convocó a todos sus discípulos para determinar quién sería el nuevo centinela.
El Maestro, con mucha tranquilidad habló: -“asumirá el puesto el primer monje que resuelva el problema que voy presentarles".
Entonces, colocó una mesita magnifica en el centro del enorme salón donde se encontraban reunidos, y encima de ella, puso un florero de porcelana muy raro, con una rosa amarilla de extraordinaria belleza adornándolo, y solamente dijo: - "aquí esta el problema!".
Todos se quedaron mirando la escena: el florero bellísimo, de valor inestimable, con la maravillosa flor al centro. ¡Qué representaría? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?
En ese instante, uno de los discípulos sacó la espada, miró al Maestro, a sus compañeros, se dirigió al centro de la sala y..... Suaaasss.... destruyó todo con un sólo golpe! E inmediatamente regresó a su lugar.
Entonces el Maestro dijo: -"Tu serás el nuevo Guardián del Castillo".

Moraleja de la Historia:
No importa cuál es el problema. Ni que sea algo demasiado bello. Si es un problema, necesita ser eliminado. Un problema es un problema. Aunque se trate de una mujer sensacional, un hombre maravilloso o un grande amor que se acabó. Por más lindo que sea o haya sido, si no existe más sentido para nuestras vidas, tiene que ser suprimido. Muchas personas cargan en su vida entera el peso de cosas que fueron importantes en el pasado, pero que hoy solamente ocupan un espacio inútil en nuestros corazones y mentes. Espacio indispensable para
Re-Crear la vida.

EL GUSANO Y EL ESCARABAJO
Había una vez un gusano y un escarabajo que eran amigos, pasaban charlando horas y horas.
El escarabajo estaba consciente de que su amigo era muy limitado en movilidad, tenía una visibilidad muy restringida y era muy tranquilo comparado con los de su especie.
El gusano estaba muy consciente de que su amigo venía de otro ambiente, comía cosas que le parecían desagradables y era muy acelerado para su estándar de vida, tenía una imagen grotesca y hablaba con mucha rapidez.
Un día, la compañera del escarabajo le cuestionó la amistad hacia el gusano. ¿Cómo era posible que caminara tanto para ir al encuentro del gusano? A lo que él respondió que el gusano estaba limitado en sus movimientos. ¿Por qué seguía siendo amigo de un insecto que no le regresaba los saludos efusivos que el escarabajo hacía desde lejos?
Esto era entendido por él, ya que sabía de su limitada visión, muchas veces ni siquiera sabía que alguien lo saludaba y cuando se daba cuenta, no distinguía si se trataba de él para contestar el saludo, sin embargo calló para no discutir.
Fueron muchas las respuestas que se buscaron en el escarabajo para cuestionar la amistad con el gusano, que al final, éste decidió poner a prueba la amistad alejándose un tiempo para esperar que el gusano lo buscara.
Pasó el tiempo y la noticia llegó: el gusano estaba muriendo, pues su organismo lo traicionaba por tanto esfuerzo, cada día aprendía el camino para llegar hasta su amigo y la noche lo obligaba a retornar hasta su lugar de origen.
El escarabajo decidió ir a ver sin preguntar a su compañera qué opinaba. En el camino varios insectos le contaron las peripecias del gusano por saber qué le había pasado a su amigo. Le contaron de cómo se exponía día a día para ir a dónde él se encontraba, pasando cerca del nido de los pájaros.
De cómo sobrevivió al ataque de las hormigas y así sucesivamente.
Llegó el escarabajo hasta el árbol en que yacía el gusano esperando pasar a mejor vida. Al verlo acercarse, con las últimas fuerzas que la vida te da, le dijo cuánto le alegraba que se encontrara bien. Sonrió por última vez y se despidió de su amigo sabiendo que nada malo le había pasado.
El escarabajo avergonzado de sí mismo, por haber confiado su amistad en otros oídos que no eran los suyos, había perdido muchas horas de regocijo que las pláticas con su amigo le proporcionaban.
Al final entendió que el gusano, siendo tan diferente, tan limitado y tan distinto de lo que él era, era su amigo, a quien respetaba y quería no tanto por la especie a la que pertenecía sino porque le ofreció su amistad.
El escarabajo aprendió varias lecciones ese día: La amistad está en ti y no en los demás, si la cultivas en tu propio ser, encontrarás el gozo del amigo. También entendió que el tiempo no delimita las amistades, tampoco las razas o las limitantes propias ni las ajenas.
Lo que más le impactó fue que el tiempo y la distancia no destruyen una amistad, son las dudas y los temores propios los que más afectan. 
Y cuando pierdes un amigo una parte de ti se va con él. Las frases, los gestos, los temores, las alegrías e ilusiones compartidas en el capullo de la confianza se van con él.
El escarabajo murió después de un tiempo. Nunca se le escuchó quejarse de quien mal le aconsejó, pues fue decisión propia el poner en manos extrañas su amistad, sólo para verla escurrirse como agua entre los dedos.
Si tienes un amigo no pongas en tela de duda lo que es, pues sembrando dudas cosecharás temores. No te fijes demasiado en cómo habla, cuánto tiene, qué come o qué hace, pues estarás poniendo en la vasija rota tu confianza.
Reconoce la riqueza de quien es diferente de ti y está dispuesto a compartir sus ideales y temores, pues esto alimenta el espíritu de supervivencia más que un buen platillo.
La esencia del gusano y el escarabajo se volvió una en el plano que se encuentra más allá de este mundo, volviendo al regocijo que en esta vida habían encontrado.
Este es el final de mi historia, pues siendo tú mi amigo no te puedo exponer a una tristeza que no quisiera para mí. No sé si tú seas el gusano o yo el escarabajo, pero seguro que somos distintos y en planos ajenos nos movemos.
Yo, como gusano, te seguiré buscando día a día, y como escarabajo, no me fijaré en limitaciones. Como gusano, omitiré lo grotesco que me puedas parecer. Como escarabajo, haré uso de mis habilidades para servirte.

EL LIMOSNERO
Hubo una vez un limosnero que estaba tendido a un lado de la calle. Vio a lo lejos venir al rey con su corona y capa. "Le voy a pedir algo, de seguro me dará bastante" pensó el limosnero y cuando el rey pasó cerca le dijo: "Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho.
El rey le miró y le dijo: -" ¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?".
El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: -"Pero su majestad... ¡yo no tengo nada!". El rey respondió:  -"Algo debes de tener... ¡busca!".
Entre su asombro y enojo el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dio al rey.
Complacido el rey dijo:- "¡Ves como sí tenías!". Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.
El mendigo dijo entonces:- - "Su majestad... creo que acá tengo otras cosas", pero el rey no hizo caso y dijo:  -"Solamente de lo que me has dado de corazón te puedo yo dar".
Es fácil en esta historia reconocer como el rey representa a la existencia, y el mendigo a nosotros. Notemos que el mendigo aún en su pobreza es egoísta y no se desprende de lo que tiene aún cuando su rey se lo pide.

Muchas veces la vida nos pide ser humildes, ser sinceros, honestos, dedicados a ayudar a los demás, o no ser mentirosos. Pero nos negamos a actuar así, pues creemos que no recibiremos nada a cambio sin pensar en que ella nos devuelve el 1.000%.
No sé que te pida la vida en este momento... ¿confianza?, ¿sencillez?, ¿humildad?... no lo sé, solamente sé que por lo que des se te devolverá mucho más... y recuerda no darle solamente unos pocos granos, dale todo lo que tengas pues, sinceramente, ¡VALE LA PENA!

¿QUÉ SIGNIFICA SER POBRE?
Un Padre económicamente acomodado, queriendo que su hijo supiera lo que es ser pobre, lo llevó para que pasara un par de días en el monte con una familia campesina. Pasaron tres días y dos noches en su vivienda del campo. En el automóvil, retornando a la ciudad, el padre preguntó a su hijo, ¿qué te pareció la experiencia?
Buena, -contestó el hijo con la mirada puesta a la distancia.
Y... ¿qué aprendiste?, insistió el padre...
El hijo contestó:
1. Que nosotros tenemos un perro y ellos tienen cuatro.
2. Nosotros tenemos una piscina con agua estancada que llega a la mitad del jardín... y ellos tienen un río sin fin, de agua cristalina, donde hay pececitos, berro y otras bellezas.
3. Que nosotros importamos linternas del Oriente para alumbrar nuestro jardín... mientras que ellos se alumbran con las estrellas y la luna.
4. Nuestro patio llega hasta la cerca... y el de ellos llega al horizonte.
5. Que nosotros compramos nuestra comida... ellos, siembran y cosechan la de ellos.
6. Nosotros oímos CD's... Ellos escuchan una perpetua sinfonía de zinzontes, chuíos, pericos, ranas, sapos, cucarrones y otros animalitos... todo esto a veces dominado por el sonoro canto de un vecino que trabaja su monte.
7. Nosotros cocinamos en estufa eléctrica... Ellos, todo lo que comen tiene ese glorioso sabor del fogón de leña.
8. Para protegernos nosotros vivimos rodeados por un muro, con alarmas... Ellos viven con sus puertas abiertas, protegidos por la amistad de sus vecinos.
9. Nosotros vivimos conectados al celular, a la computadora, al televisor... Ellos, en cambio, están "conectados" a la vida, al cielo, al sol, al agua, al verde del monte, a los animales, a sus siembras, a su familia.
El padre quedó impactado por la profundidad de su hijo... y entonces el hijo terminó:
Gracias papá, por haberme enseñado lo pobres que somos.
Cada día estamos más pobres de espíritu y de apreciación por la naturaleza que son las grandes obras de nuestro creador. Nos preocupamos por tener, tener, tener y más tener en vez de preocuparnos por SER.
 Fuente: Libro de los cuentos - Autores anónimos.

miércoles, 22 de marzo de 2017

EN EL CENTENARIO NATAL DE JUAN RULFO



EN EL CENTENARIO NATAL DE JUAN RULFO: HOMENAJE DE LA FILEY EN YUCATÁN - Elena Poniatowska




Para sacar provecho a Rulfo hay que escarbar mucho, como para buscar la raíz del chinchayote. Rulfo no crece hacia arriba sino hacia adentro. Más que hablar rumia su incesante monólogo en voz baja, masticando bien las palabras para impedir que salgan. Sin embargo, a veces salen. Y, entonces, Rulfo revive entre nosotros el procedimiento de ponerse a decir ingenuamente atrocidades, como un niño que repitiera las historias de una nodriza malvada. Todo empieza con la canción de la pitaya a la que Rulfo le tiene muy buena voluntad y le chispea en los ojos, verde, como la milpita tierna que a veces despunta allá, en la barranca de Apulco donde se crió:

“En la cárcel de Celaya

estuve preso y sin delito

por una infeliz pitaya

que picó mi pajarito;

mentira no le hice nada,

ya tenía su agujerito.”

Allí ’onde raya Rulfo, ¿quién raya? Naiden. Y, ¿después de naiden? Más naiden. Porque así como lo ven, todo engarruñado y escuálido, la mirada huidiza y desconfiada, Rulfo ha escrito dos libros: El llano en llamas y Pedro Páramo. Esas 325 páginas rayaron de una vez por todas las literaturas mexicanas.

“Hermosa flor de pitaya

blanca flor de garambullo.”

–Juan, ¿por qué cantas eso?

–Por infeliz.

–Infeliz la pitaya, ¿no, Juan?

–También yo.

–Infeliz Pedro Páramo, ¿no, Juan?

–Ese sí fue un desgraciado.

Por algo Pedro Páramo se llamaba Los murmullos, porque eso es lo que se oye en toda la novela, un rumor de ánimas en pena que vagan por las calles del pueblo abandonado. Rulfo se parece a esos hombres temerarios que aceptan la cita del fantasma y se ponen a hablar con él a medianoche: "En nombre de Dios te digo, si eres de este mundo o del otro", y que luego amanecen medio atarantados, todavía con el temblor del miedo sacudiéndoles el cuerpo y sin ganas de conversar ya con los vivos. El propio Rulfo tiene mucho de ánima en pena, y sólo habla a sus horas, en esas horas de escritor serio y callado, tan distinto de todos aquellos que no dejan escapar la menor oportunidad de ser inteligentes. A Rulfo no le gusta hablar de sí mismo, porque se ha dado por entero a las voces de su pueblo, a los murmullos de Comala que todos los días se abren paso en él, trabajosa y torpemente, porque Rulfo apenas les ayuda a expresarse, los tira a media calle a ver si logran atravesarla, los avienta en un petate y los ataranta de calor hasta que dan la última bocanada. Todas las tierras de Rulfo parecen zonas de desastre abatidas por la sequía. Los personajes titubean, buscan poco a poco su lenguaje de labriego, sus duras palabras de piedra y de lodo, traduciendo otra vez el alma humana, repitiendo sus giros, insistiendo en la idea fija: malos y buenos en la inocencia de su índole a medias cortesana y salvaje.

Rulfo siempre tiene un aire de poseído, y a veces se percibe en él esa modorra de los médiums: anda a diario como sonámbulo cumpliendo de mala gana los menesteres vulgares de la vida despierta. Con el oído atento, deja pasar todos los ruidos del mundo, en espera del mensaje preciso, de la palabra que otra vez ha de ponerlo a escribir, como un telegrafista en espera de su clave. En sus cuentos han hablado muchas almas individuales, pero en Pedro Páramo puso a hablar a todo un pueblo, las voces se revuelven una con otra y no se sabe quién es quién. Mas no importa. Las almas comunicantes han formado una sola: vivos o muertos, los personajes de Rulfo entran y salen por nuestra propia alma como Pedro por su casa.

–¿Y Efrén Hernández, Juan?

–Ese, lo sabes bien, ya murió.

–¿Y Cleofas?

–También.

–¿Y Agustín Yáñez?

–Murió. ¿Por qué me lo preguntas si ya lo sabes?

–Pero tú estás vivo y tú eres un gran escritor.

–Pues yo siento que soy un pobre diablo, así es el sentimiento que tengo; soy todo deprimido y marginado.
Foto
Juan Rulfo nació en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917, y falleció en la Ciudad de México el 7 de enero de 1986Foto Luis Humberto González  

–Eres más ocurrente que eso, Juan.

–Eso sí, tengo mis ocurrencias. Pero lo que no me gusta es la gente, hablar en público, no me siento bien, nada bien. Me entra el pánico, me deprimo mucho, por eso te digo que soy deprimido, me entra la depresión baja y siempre tengo la presión baja, entonces me entra una depresión más baja que la depresión.

En 1970, cuando le dieron el Premio Nacional de Literatura, produjo con su voz cascada un discurso totalmente rulfiano: "No recuerdo por ahora quién dijo que el hombre era una pura nada. No algo, ni cualquier cosa, sino una pura nada. Y yo me siento así en este instante; quizá porque conociendo lo flaco de mis limitaciones jamás elaboré un espíritu de confianza; jamás creí en el respeto propio".

"Allá en Comala he intentado sembrar uvas; no se dan. Sólo crecen arrayanes y naranjos; naranjos agrios y arrayanes agrios. A mí se me ha olvidado el sabor de las cosas dulces."
Para eso de las entrevistas, Rulfo es como los arrayanes y los naranjos que se dan en Comala. Cuando le hice la primera pregunta, en enero de 1954, me quedé media hora esperando la respuesta. Me miraba lastimosamente como miran esos perros a quienes se les saca una espina de la pata. Y al fin comencé a oír la voz de los que cultivan un pedazo de tierra seco y ardiente como comal, áspero y duro como pellejo de cava.

Eso fue hace 63 años. Rulfo era gordito y a él –el árbol escueto de El llano en llamas– le gustaban mucho los sabinos del Paseo de la Reforma. Después se hizo famoso y eso ya no le gustó tanto, porque la fama ataranta. Pero en esos años, cuando caminaba por las calles de Tíber, de Duero, Ganges, Nazas y Guadalquivir (el Fondo de Cultura Económica estaba en la calle de Pánuco) no se le veía por ningún lado la tristeza. Luego se hizo el escritor más triste de todo el continente latinoamericano, de la Patagonia a Alaska, y nosotros, años después, hemos seguido arropándolo para poder conservar esa gran tristeza que hace de él un ánima en pena, la de Pedro Páramo, cayéndose como montón de piedras sin Susana San Juan, la de las mujeres enlutadas de Anacleto Morones, la de la niña Tacha que pierde la vaca en "Es que somos muy pobres", la de nuestro presente ahora mucho peor que antes, la del migrante fracasado en su "Paso del norte".

Como Pedro Páramo, Rulfo camina entre la sequía y es hombre de pocas palabras, árido, hosco, desalentado. Porque a Rulfo todo parece desalentarlo, la vida, los honores, el trato con los demás y sobre todo las entrevistas. Yo creo que desde siempre se siente extraño, no sólo en la capital sino en el mundo. Y es que salió de una barranca muy honda, la de Apulco, y de allí también, con mucho trabajo, fue sacando los recuerdos y desde entonces, al hilvanarlos en dos libros prodigiosos, algo se le desacomodó por dentro, quizás el alma.

"Yo vivo muy encerrado siempre, muy encerrado. Voy de aquí a mi oficina y párale de contar. Yo me la vivo angustiado. Yo soy un hombre muy solo, solo entre los demás. Con la única que platico es con la soledad. Vivo en la soledad. Ya sé que todos los hombres están solos, pero yo más. Me sentí más solo que nadie cuando llegué a la Ciudad de México y nadie hablaba conmigo, y desde entonces la soledad no me ha abandonado. Mi abuela no hablaba con nadie, esa costumbre de hablar es del Distrito Federal, no del campo. En mi casa no hablamos, nadie habla con nadie, ni yo con Clara ni ella conmigo, ni mis hijos tampoco, nadie habla, eso no se usa; además, yo ni quiero comunicarme, lo que quiero es explicarme lo que sucede y todos los días dialogo conmigo mismo mientras cruzo las calles para ir a pie al Instituto Nacional Indigenista, voy dialogando conmigo mismo para desahogarme; hablo solo. No me gusta hablar con nadie."

–Como le haces al cuento, Juan.

–Hace mucho que no los hago.

NUEVA PUBLICACIÓN

UN CONTAMINANTE: EL RUIDO

El ruido, dentro de algunas definiciones, determina a todo sonido no deseado que altera el bienestar en el ser humano. En las ciudades muy p...