miércoles, 1 de marzo de 2023

CUENTO CHINO

“Los Sabios De La Túnica Color Ciruela”, cuento chino escrito Fun-Chang que a través de su narrativa descubrimos las verdades universales y eternas. A continuación este hermoso relato:

En aquellos tiempos vivía en China un grupo de monjes conocidos con el nombre de Sabios de la Túnica color Ciruela exigía una gran disciplina. Para los aspirantes el camino era difícil y duro, los días ingratos y las noches largas.

El monasterio de los Sabios de la Túnica color Ciruela estaba en las montañas, al noroeste de Lo-Yang, la capital de entonces muchos siglos antes de nuestra Era.

Los sabios que eran treinta y tres, el mismo número de las energías de la Tierra, caminaban recorriendo a China desde un solsticio de invierno  hasta el siguiente. Dondequiera que se detuviesen al azar de su camino se les acogía con respeto y alegría; la llegada de un sabio representaba buena suerte en el pueblo. Todos los habitantes interrumpían sus actividades para reunirse a su alrededor en el pozo central.

Uno de esos sabios recorría hacia años el país. Un día se detuvo en el pueblo de Ling Ding. Después de algunas preguntas relativas al emperador, al tifón que había asolado las cosas, al hambre del Sur, alguien la preguntó <<¿Qué significa este pueblo? ¿Por qué estamos aquí y no en otro sitio? >>

El sabio paseó la mirada lentamente sobre los reunidos y dijo: “Aunque no lo sepa, cada individuo se encuentra limitado de una forma u otra.”

Sorprendida, la gente intercambiaba miradas entre sí. Incluso se oyeron algunos murmullos. Finalmente, un hombre se adelantó hacia el sabio y afirmó: <<Yo no me considero limitado. Tengo todo lo que quiero>>

Entonces el sabio sonrió. <<La limitación se encuentra a veces incluso en el hecho de no sentirse limitado>>.

Entre la gente del pueblo había un joven que se llamaba Chao Mu. Tenía veintidós años y nunca había abandonado el lugar de su nacimiento. Desde la más tierna infancia ayudaba a su padre a cultivar arroz. Le habían prometido a los seis años y, para crear una familia, igual como su padre y su abuelo antes que él, había roturado un campo, piedra tras piedra, lo había regado y sembrado. También había construido una casa durante los días de lluvia en que no podía salir a trabajar. La fecha de su boda se acercaba.

Ver al sabio despertaba en él nostalgia y le invadía una sensación de profunda soledad. Hacía un tiempo que numerosas preguntas se planteaban en su ánimo, pero las guardaba para sí: «¿No existe más que esta vida?... Esta vida que dedico a plantar y cosechar, y luego volver a casa a dormir hasta la mañana siguiente y volver a empezar...»

Por fin encontraba a uno de esos seres que son capaces de aliviar el sufrimiento, de ayudar a un hombre a superar sus problemas. Por fin encontraba a un ser que podría responder a sus preguntas. Como el sabio ya se disponía a partir, no se contuvo y le preguntó:
-¿Puedo acompañarte? Quisiera que me enseñases la vida.
A su alrededor, los campesinos callaron, y cada uno de ellos se preguntaba: «¿Qué ocurrirá con su prometida, con su campo, con su casa? Ha trabajado tanto y tan duramente con sus propias manos...»
El sabio, que adivinaba sin dificultad todos esos pensamientos, le preguntó:     

-¿Estás seguro de ti mismo?
-Sí -respondió el joven.
-Entonces, vamos.
Con estas palabras, los dos se pusieron en camino. Chao Mu sólo se volvió una vez para decir:

-La casa y el campo pertenecen ahora a la que fue mi prometida.
El sabio y el joven caminaron durante un buen rato en silencio. Al pasar bajo un membrillo, el sabio tomó un fruto, encendió fuego para cocerlo y se lo tendió a su compañero. -No me gustan los membrillos -declaró Chao Mu.
-Limitación -replicó el sabio. Re-emprendieron la marcha y Chao Mu
vio un ciruelo en un prado.
-¡Oh, qué hermosas frutas! ¡Me encantan las ciruelas! -exclamó con alegría.
El sabio dijo otra vez: -Limitación.
Y sin añadir nada más, prosiguió tranquilamente su camino. Unas horas más tarde llegaron a la orilla de un río al que daban sombra unos árboles de troncos sinuosos. El agua se deslizaba apaciblemente y unos cisnes nadaban siguiendo la corriente.
-¡Oh, qué belleza!, ¿verdad? -exclamó Chao Mu.

Una vez más, el sabio respondió:
-Limitación.
Cruzaron el río y entonces vieron, de repente, en la ribera, el cuerpo de un hombre al que habían apaleado y desvalijado.
-¡Es horrible! -murmuró el joven.
Y una vez más el sabio replicó tranquilamente:
-Limitación.
Mientras caminaba, Chao Mu iba pensando. Cualesquiera que fuesen sus palabras, el sabio respondía invariablemente:
«Limitación». ¿Qué tenía que decir para conseguir otra respuesta?
En ese momento pasaban ante una granja. Los niños estaban jugando en el patio. Sentados en un banco, el padre y la madre les miraban. El joven se detuvo y contempló la escena con placer, percibiendo la sensación de alegre libertad que esa familia exhalaba, despertándola en él.
En ese mismo momento, el sabio exclamó:
-¡Eso es armonía!
Chao Mu se volvió hacia él. Estaba muy sorprendido.
-Si yo no he dicho nada...
-Es verdad, pero en este momento vives la armonía -dijo el sabio.
El camino les llevó a continuación junto a un río. Había una roca en medio de la corriente y el agua se estrellaba contra ella con furia, y saltaba por el aire, pasando a la vez alrededor y por encima del obstáculo.
-Mira esa roca -le dijo el sabio a Chao Mu-. Es una imagen de la armonía. El agua intenta empujar a la piedra con violencia, la golpea con dureza y quiere apartarla. La piedra no contraataca, deja que el agua pase, por encima, por los lados, pero no se mueve. ¡Eso es armonía!
Chao Mu observó durante un buen rato la roca, con expresión abstraída...
Cuando ya caía la noche, el sabio eligió un lugar propicio para detenerse, recogió un poco de leña y el fuego brotó enseguida. El discípulo, que miraba lo que hacía, no comprendió cómo... El camino había sido largo y, poco después, Chao Mu, tendido en el suelo, volvía a ver los años en que había labrado su campo y construido su casa. En ese momento su único bien lo componían las ropas que llevaba y el cielo que tenía sobre la cabeza. Pero sonreía: había encontrado a un maestro, un hombre que le mostraba lo que nunca había. visto y que le enseñaba a considerar la vida de otra manera...

El frío de la mañana le despertó sobresaltado. El fuego se había apagado. Y... ¿dónde estaba el sabio? Ahí estaba su manto. Del río llegaba el ruido de unos chapuzones. Chao Mu metió la mano en el agua e inmediatamente su brazo empezó a entumecerse.
-¡Brrr, está demasiado fría! Esperaré a que salga el sol -exclamó.
-¡Limitación! -le gritó el sabio y, sin saber cómo, el discípulo se sintió
lanzado al agua. Salió de ella helado, con la ropa chorreando. El sabio seguía nadando.
¿Quién me ha empujado?
-Tus limitaciones te han empujado.
Una vez reanimado el fuego, el joven, temblando de frío, pudo poner su ropa a secar, mientras el sabio le explicaba:
-No hay calor ni frío. Cuando dices «está caliente», te limitas; cuando dices «está frío», también te limitas.
-Pero en tal caso ya no se puede hablar, ya no se puede decir que hace calor o que hace frío -se quejó Chao Mu.
-Oh, si no tienes nada más que decir, más vale que te calles -replicó el sabio.
Chao Mu comprendió entonces que le quedaba mucho que aprender.
Echaron otra vez a andar, caminaron y caminaron, y llegaron a otro pueblo. El sabio se sentó en el brocal del pozo según su costumbre.
Chao Mu escuchaba atentamente sus palabras. Las personas eran otras, las situaciones distintas, pero las palabras seguían siendo las mismas, y el joven se acostumbró a encontrárselas de pueblo en pueblo.
A veces, alguno se levantaba y solicitaba seguir al sabio, apartándose de lo conocido para ir hacia la novedad. Éste recibía una enseñanza del maestro. Algunos le abandonaban enseguida, para ir solos más lejos o para volver a sus pueblos. Pasó el verano y llegó el otoño. Cuatro discípulos acompañaban
entonces al sabio. Chao Mu empezaba a percibir mejor la vida en los elementos, en los animales y en todo lo que existía a su alrededor. Un día, dirigiéndose al sabio, le dijo:
-Quisiera saber de dónde vengo, conocer la energía que me anima.
¿Por qué estoy aquí? ¿A dónde voy? Y eso ¿vale la pena?
El sabio le sonrió con mucha dulzura.
-Todas las preguntas de tu corazón encuentran su respuesta.
Ten paciencia.
A lo largo de los meses que siguieron, yendo de pueblo en pueblo, deteniéndose a orillas de los ríos o sentado bajo un árbol, Chao Mu aprendió mucho: acerca de su disciplina, de sus limitaciones, de su equilibrio o su desequilibrio. Se conocía mejor. Sin embargo, tenía la sensación de no estar aún más que al principio del camino. Cuando llegó el equinoccio de otoño, los discípulos se agruparon alrededor de su maestro para celebrar ese especial momento del año. Hicieron juntos un fuego y el sabio, añadiendo leña, pronunció las siguientes palabras:
-Que el calor de este fuego se manifieste a través de nosotros a todos los que encontremos en nuestro camino. Que su luz se perciba a través de las tinieblas más espesas.
Al día siguiente el sabio se dirigió a un pueblo grande y se sentó en una piedra, al lado del pozo. Un hombre se acercó para pedirle consejo. -Oh, maestro, mi familia siempre está enferma y mi ganado no medra. Cada mañana despierto pensando en los problemas que el nuevo día me traerá.
Después de mirarle con atención, el sabio dijo:
-Para empezar, vas a quitarte este manto negro que llevas. Ahora, vamos a ver lo que ocurre en tu casa. La casa que vieron estaba pintada de rojo y amarillo, y decorada con motivos negros.
Vuelve a pintar tu casa de blanco, con un poco de azul aquí y allá -le ordenó el sabio al campesino. Luego prosiguió su visita, pidiéndole a la mujer del campesino que cambiase también el color de su ropa, observando a los niños e indicando qué colores utilizar en cada dependencia de la casa. Para acabar, aún le dijo al hombre: -Y ahora, empieza a vivir.
-Cuando estuvieron a cierta distancia de la casa, Chao Mu no pudo
evitar el expresar su sorpresa:
-¿Por qué cambiar tantas cosas en la vida de este hombre? ¿Por qué no les has hablado más bien de la felicidad ni le has dedicado palabras sabias? ¿Por qué no le has enseñado a ver la belleza como a nosotros nos enseñaste?
-Porque ése no era el origen de sus dificultades ni del desequilibrio de su familia. El mundo terrestre está compuesto por cosas positivas y negativas, por ácido y álcali. Cada color, cada prenda de vestir, es positivo o negativo -explicó el sabio-. Por ejemplo, el rojo, el amarillo el naranja y el negro son colores negativos; el índigo, el azul, el violeta y el blanco son colores, positivos. El verde es neutro. La seda y la lana son positivas, el algodón es negativo. Los gatos son negativos, los perros positivos. El alimento es ácido o alcalino. Ocurre lo mismo con la música y con todas las cosas de este mundo. Es así como, buscando el equilibrio en su entorno, este hombre mejorará su vida.
El otoño avanzaba, el tiempo cambiaba y Chao Mu tenía tiempo libre para meditar en las palabras de su maestro. Le sorprendía la importancia de la acidez o de la energía negativa en la vida humana.

El frío aumentaba de día en día y empezó a nevar. El grupito se dirigía hacia las montañas. El sabio había enseñado a sus discípulos cómo conservar el calor con la fuerza del pensamiento, sin necesidad de muchas prendas de vestir.
Cada noche, reunidos alrededor del fuego, se aprovisionaban de calor para toda la noche. Esa noche, en lugar de dormir como sus compañeros, Chao Mu observaba los ojos de un conejo en la nieve y los de un corzo que10 miraba el fuego, mientras revisaba mentalmente todo el saber que había recibido. Admiraba la blancura de la nieve. Ya no le sorprendía que siempre le hubiese gustado tanto... lo blanco es positivo y esa blancura le prestaba energía. El frío es positivo, el calor negativo... el sol es positivo, la luna negativa...
Vio entonces que el sabio se levantaba, cargaba su hatillo a la espalda y se marchaba. Chao Mu le imitó y el maestro se llevó un dedo a los labios para recomendarle silencio. Los dos se alejaron. La nevada caía copiosa, borrando las huellas de sus pasos detrás de ellos.
Por la mañana llegaron a un valle, en cuyo fondo se alojaba un gran monasterio. Se veía llegar de todas partes Sabios del Manto color Ciruela, cada uno de ellos acompañado por un solo discípulo.
Cuando se encontraron al pie de las murallas, el sabio se volvió a Chao Mu y le dijo:
-¿Ves esta silla de bambú? Es la tuya. No te levantes bajo ningún pretexto hasta que venga a buscarte.
Y el sabio desapareció en el monasterio con los otros monjes. Era el día del solsticio de invierno.

Chao Mu observó a los treinta y dos discípulos que estaban sentados en círculo con él, cada uno en una silla de bambú. Algunos parecían más experimentados que otros, como si hubiesen pasado por momentos duros. Esa noche, una gran el monasterio y los discípulos oyeron cantar a los sabios celebrando el solsticio de invierno, el nacimiento del sol. Chao Mu esperaba que su maestro fuese a buscarle por la mañana. Pero no pasó nada. Esperó todo el día, y luego llegó la noche y hubo gran agitación entre los discípulos.
Chao Mu sintió hambre y recordó que llevaba una galleta de arroz en el bolsillo. Comió un bocado y chupó un poco de nieve para aplacar la sed. De repente, un discípulo se levantó y se dirigió hacia los matorrales en busca de algo que comer. Misteriosamente, su silla desapareció; cuando regresó, ya no había lugar para él. Miró por todas partes, desesperado, y acabó comprendiendo que tenía que marcharse. Pasaron los días, se convirtieron en semanas. Poco a poco, las sillas iban desapareciendo: o bien un discípulo se desvanecía y caía al suelo, o se levantaba.
En primavera no quedaban más que diez que hubiesen soportado el invierno y que ahora vivían las lluvias primaverales y la nueva floración. Aprendían a atrapar al vuelo una hoja llevada por el viento y a masticarla lentamente, o a comer lo que crecía próximo, una raíz o una hierba. La disciplina no sólo les había curtido sino que había agudizado sus percepciones. Llegó el verano y, con él, el calor sofocante. Ya no quedaban más que cuatro. En otoño, quedaban
dos.
Los músculos de Chao Mu se mantenían sólidos y su espalda derecha. Podía relajarse y llenar cada parte de sí mismo de conciencia y calor. Le bastaba pensar en bayas o raíces... y se materializaban sobre sus rodillas; le bastaba pensar en agua... y su cuenco estaba lleno. Llegó un día en que se quedó solo. Era la vigilia del solsticio de invierno. Ése fue el día en que regresó el sabio. Ven conmigo -le dijo a Chao Mu. Cuando el joven se levantó vio a un nuevo discípulo a quien el sabio hacía sentar en la silla de bambú. Le hubiese gustado hablar con él, advertirle de lo que le esperaba. Pero sabía que no tenía que hacerlo.

El sabio le hizo entrar en el monasterio, a él, que era el único que había quedado en todo el año, para celebrar la fiesta del solsticio en compañía de todos los sabios.

Chao Mu preguntó entonces:
-¿Qué pasa aquí? Al parecer sólo un discípulo consigue mantenerse fiel y en su puesto durante todo un año.
-Sí -respondió el sabio-. Cada año se retira uno de los treinta y tres que somos, cuando ha completado su trigésimo tercer periplo. Tras un año en el monasterio, estarás preparado para ser un Sabio del Manto de color Ciruela y reemplazarás a uno de nosotros.
Y así se hizo.
Han pasado los siglos, los sabios han dejado su manto pero la tradición no muere. Manteneos atentos. ¿Tal vez habéis encontrado a uno de esos treinta y tres sabios en vuestras vidas? ¿Quién sabe?
La vida es tan misteriosa...

sábado, 25 de febrero de 2023

YULIMAR ROJAS, gran mujer venezolana.

 

Cerca de la conmemoración del día de la mujer dedico algunos de mi escritos a las mujeres más resaltantes de los últimos tiempos, hoy lo brindo a Yulimar Rojas atleta venezolana, con una trayectoria impecable, que demuestra su disciplina, dedicación y mucho empeño por superar sus propios records.

Escribir sobre Yulimar se dificulta, pues es muy bien conocida, pues sus triunfos deportivos han dado la vuelta al mundo, a través de la prensa, televisión, redes, en fin, que hacen vislumbrar sus grandes características personales como: enérgica, activa, combatiente, constante entre otras. Son definiciones que podrían sobresalir a nuestra coterránea Yulimar Rojas, quien llena a nuestro país de orgullo y que tiene una trayectoria llena de éxitos a su corta edad.

Mediante entrevistas  ha dado a conocer que viene de una infancia humilde, familia de 6 hermanos, que como atleta ha vencido las adversidades, que su constancia la ha llevado a convertirse en lo que hoy es. Aunque Yulimar comenzó en el voleibol y luego probó otras disciplinas del atletismo, su talento se hizo evidente en el triple salto. Su entrenador cubano Iván Pedroso ha sido una alianza fundamental, para formar una dupla que ha llevado una sinergia de triunfo.

Desde sus inicios como deportista, su motivación ha sido los venezolanos y venezolanas. Se ha convertido en inspiración para las futuras generaciones y en especial para los deportistas venezolanos, es algo que Yulimar menciona, la llena de orgullo y la hace seguir adelante con gran responsabilidad por entender el significado que ello conlleva.

Constantemente desde la República Bolivariana de Venezuela niños y niñas le envían a su cuenta twitter @yulimarrojas45, dibujos, también figuras que colorean de su imagen y mostrando su admiración por ella. Y por medio de las respuestas de Yulimar, denota su compromiso ante esta admiración de los niños y niñas de su amado país.

Desde su aparición en el Campeonato Suramericano Juvenil de Atletismo, en Medellin, Colombia., sus triunfos no han parado. Esto debido a su dedicación, trabajo, esfuerzo y disciplina. En conjunto demuestra su sacrificio, empeño y consagración a esa pasión que siente por lo que hace. Demostrando ante muchos que desean ser destacados en disciplinas deportivas, la importancia de ello, para llegar a tan importantes logros.

En corto tiempo, se ha destacado, lo cual se dice fácil pero requiere de un alto empeño. Recordemos algunos:

 La Asociación Internacional de la Prensa Deportiva, región América (AIPS-América)  seleccionó a Yulimar Rojas como la mejor atleta femenina del continente durante el año 2022.

 En Oregon, nuestra Yulimar obtuvo el mejor registro de la temporada con un salto de 15,47 metros y se convirtió allí en la primera atleta en obtener tres títulos mundiales en salto triple.

 El título obtenido por Yulimar Rojas en la Liga de Diamante.

 Los integrantes de la AIPS-América destacaron que es la cuarta vez que los integrantes de la Asociación distinguen a Rojas como la mejor atleta femenina de la región. Fue la primera venezolana en obtener el premio de la AIPS-América y luego ganó consecutivamente en las ediciones de 2020, 2021 y 2022.

 Reconocida por el Libro Guinness de los récords por haber logrado el salto triple más lejano de la historia en una competencia bajo techo en la modalidad femenina año 2020: 2021

 En los juegos Olímpicos de Tokio no sólo ganó medalla de oro, sino que logro récord olímpico en su categoría, y récord mundial.

 En el Campeonato Mundial de Atletismo en pista cubierta de 2022, en Serbia, Belgrado, logró récord mundial.

Sin lugar a dudas su carrera ascendente hace que como venezolanos y venezolanas nos sintamos orgullosos de esta joven, que con apenas 27 años, nos ha regalado tantas alegrías, satisfacciones por sus triunfos en tan difícil disciplina.

Su apodo de “Reina”, está muy bien merecido.

¡SALVE REINA!

NUEVA PUBLICACIÓN

UN CONTAMINANTE: EL RUIDO

El ruido, dentro de algunas definiciones, determina a todo sonido no deseado que altera el bienestar en el ser humano. En las ciudades muy p...