«Los niños no pueden ser de la calle,
deben ser de la patria, de la escuela,
del juego, del deporte, de la vida,
de la felicidad».
Hugo R. Chávez Frías
Cuando somos niños queremos ser adultos, quizás porque vemos a nuestros progenitores y queremos realizar muchas cosas que nuestra pequeña edad nos impide, pero por otra parte se olvida muy rápido cuando iniciamos juegos con nuestros amigos y amigas.
No sé si ahora con la excesiva utilización de los elementos informáticos, ocurra la idea de disfrutar de un juego conjunto, en la calle, en el parque, en el transporte ó el recreo de la escuela. La memoria hace sonreír con recordar la existencia de muchos juegos divertidos como esconderse, pintar un avión y decidir llegar a la meta, buscar insectos observarlos o agarrarlos para asustar el resto, la imaginación nos llena de opciones, cada una más animada que la otra, pasan las horas volando y sólo el llamado para regresar al aula, la hora almorzar o de ir al descanso, entre otros, acababa con tan grato momento.
Pero el que ha pasado su niñez sabe que fueron los momentos donde existió por sobre todo la construcción ágil, rápida y placentera de la vida, sin detenerse mucho en aquello que generara la alegría.
Tenemos muchas formas de nutrir nuestra memoria selectiva con anécdotas, fotografías, videos y algunos que otros papeles, dibujos en fin eso que ayuda a regocijarse de esa hermosa época.
Y aquellos que tuvimos padres y maestros que ayudaron a cultivar nuestro amor por la lectura, siempre recordamos los primeros cuentos y libros que releíamos con tanta emoción como la primera vez. Esos que vienen a la memoria como nuestros tesoros iniciales.
La editorial del Ministerio del Poder Popular para La Cultura El Perro y La Rana, editaron para el deleite cuentos de grandes autores venezolanos, para aquellos que se inician en este maravilloso mundo de la lectura, que ayudan y ayudarán al crecer cultural de nuestros niños venezolanos. A un costo muy bajo, que hoy si buscas en la Web, existen editoriales extranjeras que cobran en moneda foráneas, siendo una fortuna para los que deseen adquirir literatura tan excelente como la venezolana.
Hoy quiero compartir un cuento de Aquiles Nazoa, gran escritor, sus obras siempre llenas de una venezolanidad indiscutible.
MI MADRE EN UN PUEBLITO DE RECUERDOS
Autor: Aquiles Nazoa
Mi madre vive en un pueblito de recuerdos; yo algunos domingos me subo en el elefante del Libro Mantilla para ir a visitarla. Allí vive mi madre entre las cuentas de colores que, con los años, se le han ido cayendo como hermosas gotas de sangre de su corazón. Allí está ella pensativa, allí está ella muy joven y elegantemente triste, a tono su tristeza con la melancolía de la hora en que atardece en su pueblito de recuerdos. Yo, que amé siempre la tarde, pienso que la envejecida luz de esa hora, mi madre, es el alma misma de la tarde; y cuando en esa actitud la he encontrado, me vuelvo de puntillas y llego a casa contando que en el pueblito de recuerdos donde vive mi madre, la tarde permaneció hoy largo rato con la mano en la mejilla. Allí, como entre vestigios de jardín, vive mi madre entre sus últimos ovillos de sedalina, entre los irisados témpanos de cristal de la lámpara que nunca se compuso, junto a la cruz de palma bendita que en otros años poníamos en el patio dentro de un plato de agua cuando había tormenta.
Hay allí algo de primavera archivada, serán las flores secas que también hay, o bien aquella mota que, aunque ya sin polvera, conserva su ampulosidad de bailarina que ha engordado: en todo caso será de tanto vivir entre esas cosas por lo que la mirada de mi madre es lejanamente dulce y vagamente apagada; como sería si uno pudiera ver el nostálgico aroma de las galleticas Palmer`s. A veces mi madre y yo nos vamos pueblo adentro, oyendo bajo nuestras pisadas el crujir de oro de las hojas secas; nos vamos a lo largo de ese territorio de oro, a veces ella y yo nos vamos, mirando yo caer las hojas secas que a lo largo de años de vivir en su pueblito de recuerdos, se le han ido desprendiendo de su anticuado vestido de flores a mi madre. Vamos en un tranvía bajo la lluvia; pasajeros los dos de un puente que ella le dijo a papá que parecía un barco, mi madre quiere que nos detengamos donde está el vendedor de granizado para que yo me coma las estrellas. Ahora me sube a su hombro para que yo contemple por primera vez un río. Pero el fulgor de sus cabellos me resultó fascinante, pues como era ya la noche y era marzo, y apareció la luna bajísima e inmensa, yo por la primera vez vi el mar, lo vi dormido cerca de mi madre en los líquidos cabellos. Ahora llegamos al momento en que yo no he nacido. Ahora mi madre está tendida sobre el mundo, y el amor la agasaja de perfumes como a la tierra un río de duraznos; dócil, pluvial, arbórea, taza de leche enamorada, está ahora tendida allí mi madre, cuna de flores el dulce cuenco de su vientre, para tornear —suavísima alfarera— la sustancia de siglos que cantando la nombra en la palabra de mi padre.
Madre, pequeña fábrica de amor, mansa esposa del Tiempo, milagro de tu carne fue darles forma humana a las tinieblas y recoger la noche en tus entrañas para levantarla como una espiga hacia la aurora. Yo lo sé, yo lo sé, porque mis ojos, yo lo sé, no han conocido estrellas más suntuosas, ni mañanas más claras, ni flores más augustas ni, en fin, nubes como las que aprendí desde tu cuerpo a mirar a través de tu mirada.