Época
dedicada a los niños, donde la imaginación se recrea en personajes que
alimentan la ilusión y sueños de esos pequeñitos que solicitan alegría y
felicidad, los cuentos son parte de ello, en sus relatos fortalece la fe,
demostrando de que todo es posible, en esta historia a continuación ocurre.
LA CARTA
Autor: SILVERA, José
A.
-¡Vacaciones, Papi!,
¡vacaciones!, ya nos dieron las vacaciones en la escuela…y Papi escuchaba.
Si, era cierto. A sus hijos
les habían dado las tan ansiadas vacaciones navideñas. Buenos estudiantes,
buenas calificaciones, buenos hijos y buenos padres, pero pobres, no tanto como
para ir pidiendo limosnas, pero si lo suficiente como para una vez más no poder
complacerlos en sus peticiones que llegarían en la consabida carta.
-¡Vacaciones, Mami!,
¡vacaciones!
Era tal la alegría de los
niños que no alcanzaban darse cuenta que mas que hablar, gritaban. La madre les
dijo que estaba bien, que se calmasen y que por favor bajaran la voz pues
alborotarían al vecindario. No era correcto que alguien les llamara la atención
por escandalosos. Sus consejos fueron interrumpidos cuando la niña, más
pequeña, exclamó:
-Ya sé, ahora le haré una
carta al Niño Jesús…
-Yo también –dijo el
hermanito-.
-No pediremos muchos, pues
sabemos que el es pobre y tiene que ayudar a mucha gente. Eso dijo en la carta
que nos dejó el año pasado cuando tampoco nos dio nada, pero como esta vez
hemos sido más obedientes y mejores estudiantes tal vez nos complazca.
Petrica, que así se llama la
niña, viendo a su hermanito Rafaelito dijo: ¿Y si hacemos una sola carta? ¿Y si
le pedimos una sola cosa?
A lo que el niño con
entonación entre picaresca y maliciosa comentó: -Si, tienes razón, no veremos
más el de a los vecinos, ni fingiremos en la escuela haciendo creer que vemos
algunos programas, o no tendremos que decir que la antena se cayó que se
descompuso el aparato…
Mientras los niños hablaban
no vieron al padre acercarse ni mucho menos pudieron entender la mirada llena
de angustia que esta dirigió a su mujer. Y pasaron los días, llegó el 24 de
diciembre, la carta enviada por los chicos ahora reposaba en el bolsillo del
pantalón del jefe del hogar, quién una vez más la sacó y la leyó: ¨Queremos una
sola cosa y es un televisor, somos buenos hijos, nos portamos bien, estudiamos
bastante, yo saqué quince y Petrica diecinueve, mis notas no son tan buenas,
pero te prometo querido Niño Jesús que seguiré mejorando. Las firmas
identificaban a sus hijos.
¿Qué hacer? No podía
complacerlos, sus recursos económicos no le alcanzaban para eso, hacerles otra
carta como la del año anterior era frustrarlos, por ello trataría de convencer
los hablándoles y diciéndoles que era difícil que el Niño Jesús trajera lo que
querían. Guardó nuevamente la carta en el bolsillo trasero del pantalón. Con un
caminar lento salió de la casa con destino al abasto donde eran ampliamente
conocidos, compró algunos comestibles, cuando sacó el dinero para pagar no se
dio cuenta que la carta se le había salido y estaba en el suelo. Con un andar
cansino regresó al hogar.
Esa noche los muchachos,
ilusionados, se acostaron mas temprano que nunca, desde la ventana de su
cuarto, veían el cambiante y trémulo color de las estrellas, reían al observar
que en sus titileos parecieran que les daban mensajes ratificándoles que
tendrían el ansiado televisor… como lo tenían todos los otros niños de la
cuadra y se quedaron dormidos.
Temprano, muy temprano se
despertaron, sus miradas recorrieron el dormitorio y no vieron lo que querían,
en puntillas con mucho cuidado fueron hasta la sala, allí sólo estaba su padre,
sentado en su vieja silla con la mano tapándose el rostro, nada, no estaba lo
que esperaban. El Niño Jesús no los había complacido, a menos que estuviese en
el cuarto de mamá, abandonaron la cautela, corrieron hasta el otro dormitorio,
abrieron la puerta y sentada sobre su cama la buena señora sollozaba, más ellos
no lo notaron, sólo buscaban el televisor, que tampoco estaba ni en la cocina,
ni en el comedor, ni en el baño y volvieron a la sala.
Al entrar, el padre que los
esperaba con los ojos llenos de lagrimar les dijo: -Se lavan y se abrigan que
vamos a dar un paseo. Salieron, las calles a esa hora, todavía silenciosas las
caminaron y llegaron a un parque cercano. Los chicos extrañados veían a su
padre que no hablaba pero con infinita ternura los acariciaba, hasta que se
sentó en un banco el padre, cuando Rafaelito le preguntó:
-¿Por qué lloras, Papá?
¿Acaso perdiste algo muy querido? Tú nos has dicho que únicamente se llora
cuando perdemos algo demasiado importante, cuando celebramos algo
importantísimo en nuestras vidas o cuando nos duele mucho una parte de nuestro
cuerpo, ¿te duele algo, Papá?
Y el padre respondió que su
dolor no era físico sino nacido da la imposibilidad de satisfacer algunas
cosas.
Petrica, que veía las hojas
de las plantas, húmedas por el roció. Comentó:-Están como tú papi, tienen
lágrimas. Quizás el Niño Jesús lloró anoche por no poder traernos el televisor,
pero ya verás, en lo que haya sol se secarán y… bueno vale, no llores más, si
es por eso. Seguiremos viendo algunos programas en las ventanas de los vecinos
que no nos dicen nada, cuando queremos ver la tele.
Regresaron a la casa, cuando
ya estaban cerca vieron cosas extrañas, la puerta de la casa estaba abierta, un hombre estaba sobre el
techo ¡Epa! ¡Parece que está poniendo una antena de televisión! Aceleraron el
paso y al entrar vieron en un rincón de la sala, la pantalla iluminada de un
pequeño televisor, mientras de la cocina salía la madre de los chicos
acompañada de los vecinos y del portugués del abasto diciéndoles: -Feliz
navidad.
Lector, verdad que sabes
¿porque?
Entonces, ¡Feliz Navidad!
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