¿CENAN LOS TIGRES LA NOCHE DE NAVIDAD?
De Laura Antillano
Era
domingo. Mi mamá se puso su falda nueva, se peinó con cuidado, y me dijo: -
Sergio, hoy hacemos un paseo al acuario y al zoológico. Yo no iba a ver las
toninas del acuario desde hace Uff!, muchísimo, como dos años.
Entonces
me puse contento, y nos fuimos a tomar el autobús.
Al
llegar vi, en la entrada, a un señor con un burrito de esos de mentira, para
que uno se suba y te hacen fotos, también tenía un sombrero grande, si tú
quieres te subes al burrito, te pones el sombrero y él te hace la foto, y la
saca rápido porque es de esas instantáneas.
Mi
mamá me dijo para tomarme una, pero... Yo no quise, tenía tantas ganas de ver
los peces que me parecía que iba a quitarme tiempo eso de la foto.
Entramos
y ya estaba en el estanque de las toninas el señor que les da de comer. Él se
coloca cerquita de ellas y les ofrece la comida pero primero las pone a hacer
trucos, levanta un aro rojo muy grande, y a la que salte por el aro le da una
sardinita.
Después
le tira la pelota y ellas juegan, la hacen rebotar, la atajan, y entonces el
señor les da sardinitas, y el público aplaude.
Uno
sigue caminando por el pasillo y se encuentra con las peceras, me cansé de
mirar peces distintos allí, de río y de mar.
Había
unos planitos pero grandísimos que mi mamá dice que comen carne, tienen los ojos
como bolitas de vidrio, nadan lentamente, y parece que nos vigilaran a los que
estamos allí mirando.
También
hay anguilas, ésas tienen electricidad, y les ponen unos bombillos afuera para
que uno vea cómo se encienden cuando ellas descargan.
Vi
tantos niños y muchachos ese día, mi mamá se echó a reír porque en un pasillo
donde nadie los veía, estaban unos muchachos con uniforme de la escuela
enseñándose pasos de baile, uno escogió uno muy complicado y cuando lo hizo se
cayó y siguió en el piso dando vueltas.
Mi
mamá dijo que le parecía raro que escogieran el acuario para aprender a bailar,
pero a lo mejor es que no quieren que las muchachas los vean... digo yo.
Salimos
del acuario y atrás está el zoológico, es muy complicado pasar porque hay
escalones y escalones, hay que mirar primero la jaula grande de los pájaros,
donde lo que más hay son turpiales, unos amarillos con las alas negras.
Hay
un estanque grande, y a los lados quedan los caminitos para ir a las jaulas de
los animales, me llamó mucho la atención lo chiquitos que son, quiero decir,
todos son cachorros, raro, ¿verdad?
Bueno,
uno veía un cartel que decía: Tigres, y subes las escaleras y hay: ¡cachorritos
de tigre!, tres caminando de un lado para el otro.
Después
dice: Gato montés, y uno va a verlo y es igual: me pareció tan chiquitico y
delgado, echado junto a un pote de agua y unos cambures, ¿comen cambures?
Mi
mamá ya estaba cansada de caminar y se sentó en un banco, yo seguí viendo las
otras jaulas, caminito arriba, y encontré hasta leones, pero también parecían
gaticos y además... ¡estaban tristes!
Cuando
bajé a encontrarme con mi mamá ella estaba mirando el garzón soldado, él es
blanco en la parte de abajo de su cuerpo, la cabeza es oscura y tiene un pico
muy largo, se mantiene recto, erguido, y es como serio.
Mi
mamá había sacado de la cartera su camarita fotográfica y estaba enfocando al
garzón.
Cuando
me vio venir me dijo:
-Sergio,
ponte allí cerca del garzón soldado, para tomarte una foto-. Yo lo miré con un
poco de preocupación, porque él estaba allí cerca del estanque, de pie en una
sola pata, y no me gustó la mirada que me dio, pero... me puse cerca y traté de
hacer una sonrisa con mi boca para la foto de mi mamá, y cuando ya casi
estábamos en "pose" el garzón alargó su cuello y ¡me agarró la
barriga con su pico! Uyyyyyyyy! Yo pegué un grito tan grande que el garzón me
soltó rápido y corrí a la falda de mi mamá, ella primero puso cara de susto,
blanca como la leche!, se quedó con la boca abierta como los muñequitos en los
dibujos animados, pero después empezó a reírse conmigo, y los dos salimos pura
risa y risa del susto que habíamos pasado.
Esa
tarde, mientras mamá envolvía los regalos de Navidad para mi abuelo, mi tío y
mis tías, y Catia, Josefina y Francisquito, que son mis primos, y yo la ayudaba
a cortar la cinta y a escoger los papeles con dibujitos que se parecieran a la
gente, yo pensaba y pensaba, ¿saben en qué?, pues en los felinos.
Mi
mamá que casi todos los animales que vimos en el zoológico se llaman felinos.
Desde
los gatos hasta los leones, pasando por el puma y el leopardo, todos son
felinos, y entre ellos deben ser tíos y primos y abuelos, se parecen tanto!
Les
decía pues, que no hice más que pensar en los felinos del zoológico porque me
parecieron tan tristes, tan chiquiticos, cerraba mis ojos y los veía, dando
vueltas en esas jaulas y como mirando hacia un lugar lejano, pensé:
¿Los
traerían del Safari Carabobo? ¿Sus papás estarán allá?
Le
pregunté a mi mamá y ella se quedó pensando mientras le echaba las fruticas
confitadas a la mezcla de la torta negra, y me dijo:
-No
sé, Sergio, en Margarita también había un Safari y se acabó, a lo mejor estos
cachorritos nacieron allí...
¿Por
qué no me ayudas a ponerle mantequilla al molde de la torta?
Mientras
busqué la mantequilla se me ocurrió una idea, pero no podía decírsela a mi mamá
todavía, porque era una idea un poco... como les diré, un poquito rara.
Ella
puso la torta y me invitó a que sacáramos de las cajas las piezas del pesebre,
esas figuritas están en la casa hace muchos años, uffff!, desde mucho antes de
que yo naciera, mamá las saca todas las navidades y arregla con tela y papel
periódico las montañas, para colocar la casa grande, donde va el niño y todo
eso, y luego las colinas, donde pone espejitos que hacen de lagos, pastores con
ovejas y casitas con papel de seda y escarcha en las ventanas, a mí me gusta
ver cómo salen de las cajas todas esas cosas, cómo se va armando el pueblo, y
cómo las ramas de los árboles que son de papel rizado duermen dentro de las
cajas, pero al sacarlas y abrirlas con cuidado, ellas vuelven a estar
despiertas y frondosas otra vez, una vez cada año.
Me
puse a ordenar en el piso todos los animalitos que encontré, tenemos sobre todo
gallinas y patos, ovejas mínimas que hizo Patricia, una prima de mamá, y un
pavo real con la cola llena de colores.
Pero...
no vi felinos.
Mamá,
¿por qué no hay tigres en el pesebre?
¿Tigres?!
Y a
mi mamá se le cayó la guirnalda de papel de seda que estaba intentando colocar
arriba en el techo, para colgar de ella la estrella de Belén, y ella misma casi
se cae también.
Pues,
tigres... ¿y para qué tigres?
Mira
porque...
Hay
caballos y gallinas, y hasta un elefante. ¿Por qué no tigres?
Mamá
se bajó de la escalera, se sentó en un escalón, puso cara de pensar y dijo:
Verdad, ¿por qué no?
Mamá,
yo tengo entre mis juguetes unos tigres pequeños, ¿puedo traerlos y ponerlos
aquí?
Sí,
sí. Tráelos.
Cuando
terminamos, el pesebre era todo un esplendor, tenía lucecitas que se prendían y
se apagaban, casas en las laderas y gente conversando en todas partes, y a los
tigres los pusimos en algunos patios jugando con niños o mirando a los patos en
un lago de espejito.
Mi
mamá hizo muchas bromas sobre lo que cenarían los tigres la noche de Navidad
pero yo le contesté, que como era noche de Navidad seguro que los tigres se
portaban bien y hasta jugaban con los patos y los demás.
Y yo
creo que si son tigres domesticados... bueno.
Pero
aproveché que mi mamá hablaba de tigres y de cena para explicarle mi plan.
Mamá
había hecho un rico queso relleno de gallina que le enseñó a hacer mi tía Lucía
y que además a ella se lo enseñó la abuela, y mamá dice que ese plato se comía
siempre en su casa el día de Navidad.
Entonces
tenemos ese queso rico, tenemos jamón, que ella mandó a cocinar en el horno de
la panadería, tenemos una rica torta negra, y bueno... resulta que mi abuelo,
mis tíos y mis primas están en Maracaibo y no pueden venir, y nosotros no vamos
a ir, y en este barrio somos nuevos,... mamá prepara los regalos y las tarjetas
y lo envía todo; pero la cena, bueno la cena es para nosotros dos...
Entonces...
seguro que ustedes ya saben lo que yo pensé... bueno, eso fue lo que le propuse
a mamá...
Ella
se me quedó mirando cómo me mira siempre que necesita buscar una respuesta y
tiene dudas, y dijo:
Pero,
la noche de Navidad debe estar cerrado el zoológico...
Sí
mamá, pero alguien debe cuidar los animales, seguro que a algunos de los
guardias les toca turno esta noche.
-Verdad
que sí, y habrá luces también.
Sí,
y los felinos no se van a sentir tan solitos, y si no sabían lo que era eso de
Navidad se enteran.
Y...
Aquí estamos, mi mamá arregló todo en una cesta grande, dividió el queso en
porciones, buscó platos de cartón, cubiertos, servilletas, preparó el ponche
crema, que también le enseñó a hacer tía Lucía, jugo de parchita, un termo con
agua, los dulces, el pan de jamón, y con eso nos vinimos aquí.
Mamá
arregló todo sobre un mantel en la grama, y aquí están los señores que cuidan
los animales y limpian de hojitas secas los caminos, sentados con nosotros, hay
uno que hasta a cantado canciones esta noche, y yo estoy contento porque me
gusta como mi mamá se ríe y porque, ustedes no lo creerán, pero, a estos
felinos sí que les gusta el queso relleno de gallina que preparó mi mamá,
además, estoy seguro de que ahora ellos saben lo que es esto de Navidad.
LAURA
ANTILLANO
Laura
Antillano, una de las escritoras venezolanas contemporáneas más fecundas, ha
incursionado en el cuento, la novela, el ensayo y la narrativa infantil. Su
producción literaria se inicia cuando apenas salía de la adolescencia y
continúa en actividad.
Laura, narradora venezolana nacida en Caracas
en 1950, hija adoptiva de Maracaibo y profesora de la Universidad de Carabobo
en Valencia, Venezuela. Sus textos se caracterizan por construirse en torno a
una sensibilidad muy individual, con claros visos autobiográficos, una mirada
de mujer, que elabora temas narrativos desde la experiencia más inmediata, la
cotidianidad, y desde un yo ficcional femenino elaborado con los hilos de la
memoria. A partir de este centro, el yo mujer se multiplica en otros, se busca
en la dispersión, más allá de sí mismo, en una escritura que adopta diversas
formas: desde la narración fragmentaria en distintas manifestaciones, hasta la
narración lineal, así como también la coexistencia de lenguajes múltiples que
abarcan lo coloquial, la escritura íntima, el discurso poético.
Sus
obras están marcadas por el encuentro de una memoria individual con una memoria
colectiva. La geografía personal de la escritora entra en sus ficciones:
Maracaibo, Caracas y Valencia, se convierten en la configuración de un mapa
colectivo, de un imaginario del país, que se reúne con otros imaginarios como
los de la cultura popular: el cine, la música popular, la publicidad, las
noticias de prensa, la cultura universal, para trascender así la vida familiar
y personal y reencontrarse en la historia. Todo ello permeado por una
subjetividad que reúne la nostalgia con el asombro, teje narraciones cargadas
de contenido afectivo y, en ocasiones, de alto vuelo poético.