Hoy en situaciones de profundos conflictos, donde se
presenta las miserias humanas en actos de guerras, devastaciones, cataclismos, rescato pasajes del libro “El loco”, del extraordinario
pensador, Kalil Gibrán.
LOS DOS ERMITAÑOS
En una lejana montaña vivían dos ermitaños que rendían culto
a Dios y que se amaban uno al otro.
Los dos ermitaños poseían una escudilla de barro que
constituía su única posesión.
Un día, un espíritu malo entró en el corazón del ermitaño
más viejo, el cual fue a ver al más joven.
-Hace ya mucho tiempo que hemos vivido juntos -le dijo-. Ha
llegado la hora de separarnos. Por tanto, dividamos nuestras posesiones.
Al oírlo, el ermitaño más joven se entristeció.
-Hermano mío -dijo-, me causa pesar que tengas que dejarme.
Pero si es necesario que te marches, que así sea. Y fue por la escudilla de
barro, y se la dio a su compañero, diciéndole
-No podemos repartirla, hermano; que sea para ti.
-No acepto tu caridad -replicó el otro-. No tomaré sino lo
que me pertenece. Debemos partirla.
El joven razonó:
-Si rompemos la escudilla, ¿de qué nos servirá a ti o a mí?
Si te parece, propongo que la juguemos a suerte.
Pero el ermitaño persistió en su empeño.
-Sólo tomaré lo que en justicia me corresponde, y no
confiaré la escudilla ni mis derechos a la suerte. Debe partirse la escudilla.
El ermitaño más joven, viendo que no salían razones, dijo:
-Está bien: si tal es tu deseo, y si te niegas a aceptar la
escudilla, rompámosla y repartámosla.
Y entonces el rostro del ermitaño más viejo se descompuso de
ira, y gritó:
- ¡Ah, maldito_ cobarde! no te atreves a pelear, ¿eh?
LA GUERRA
Una noche, hubo fiesta en palacio, y un hombre llegó a
postrarse ante el príncipe; todos los invitados se quedaron mirando al recién
llegado, y vieron que le faltaba un ojo, y que la cuenca vacía sangraba. Y el
príncipe le preguntó a aquel hombre:
-¿Qué te ha sucedido?
- ¡Oh príncipe! -respondió el hombre-, mi profesión es ser
ladrón, y esta noche, como no hay luna, fui a robar la tienda del cambista,
pero mientras subía y entraba por la ventana cometí un error, y entré en la
tienda del tejedor, y en la oscuridad tropecé con el telar del tejedor, y perdí
un ojo. Y ahora, ¡oh príncipe! suplico justicia contra el tejedor.
El príncipe mandó traer al tejedor y, al llegar éste al
palacio, el soberano decretó que le vaciaran un ojo.
- ¡Oh príncipe! -dijo el tejedor-, el decreto es justo. No
me quejo de que me hayan sacado un ojo. Sin embargo, ¡ay de mí!, necesitaba yo
los dos ojos para ver los dos lados de la tela que hago. Pero tengo un vecino
de oficio zapatero, que tiene los dos ojos sanos, y en su trabajo no necesita
los dos ojos...
El príncipe entonces, envió por el zapatero. Y éste acudió,
y le sacaron un ojo.
¡Y se hizo justicia!
"EL MUNDO
PERFECTO"
Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los
dioses, escúchame:
Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más
imperfecto de los hombres.
Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo
entre mundos perfectamente acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien
elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados,
cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están
bien calculados por su peso, y aun los innumerables actos que suceden en el
nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están registrados y
catalogados.
En este mundo, las noches y los días están convenientemente
divididos en estaciones de conducta y están gobernados por normas de impecable
exactitud.
Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego
cansarse, todo a su debido tiempo.
Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer tranquilo,
cuando el reloj da la hora para ello.
Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y de
sentir cuando cierta estrella se alza en el horizonte.
Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un gracioso
ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela, destruir un alma con una
palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando se
ha terminado el trabajo del día.
Amar según el orden establecido, entretenerse en lo mejor de
uno mismo según cierta manera prefabricada, rendir culto a los dioses con el
debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego
olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.
Imaginar con un motivo determinado; proyectar con
consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con nobleza; y luego, vaciar la
copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.
Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con preclara
visión, han nacido con un propósito firme, se mantienen con esmero y exactitud,
se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran
según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del
alma humana, cada una tiene su marca y su número.
Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto del
jardín de Dios; el pensamiento rector del universo.
Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí, yo,
semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no va en pos del oriente ni
del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?
¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas? Dímelo
tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses...
Kalil Gibrán nace
en1883 en el Líbano, muere en1931 en la ciudad de New York. Su
literatura se define por su búsqueda mística de las materias más clásicas del
comportamiento y sentir existencial, desde un sentimiento pleno de sencillez y
vínculo natural. Su obra maestra es "El profeta" (1923), otras que
sobresalen "Espíritus rebeldes" (1903), una obra censurada en su país
por revolucionaria y perniciosa, "Alas rotas" (1912), un libro con
matices autobiográficos, "El loco" (1918), obra altamente
influenciada por Nietzsche, "Jesús el hijo del hombre" (1928),
documento en el cual setenta y siete personajes dan su opinión sobre
Jesucristo, incluido el propio Gibran.
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Kalil Gibrán |