“LA GRAN REVOLUCIÓN
HUMANA DE UN SOLO INDIVIDUO (…) PODRÁ GENERAR UN CAMBIO EN TODA LA HUMANIDAD”
DAISAKU IKEDA
Fotografia de Daisaku Ikeda |
Daisaku Ikeda es un
líder budista, promotor entusiasta de la paz, escritor, poeta, educador y
fundador de varias instituciones dedicadas a fomentar la cultura, la educación
y los estudios sobre la paz alrededor del mundo.
Daisaku Ikeda |
Fundador
de la Soka Gakkai
Internacional (SGI), basado en la filosofía del budismo de Nichiren de setecientos años de
antigüedad, está dedicado a fortalecer al ser humano y a fomentar en los
individuos un sentido de compromiso social que conduzca al florecimiento de la
paz, la cultura y la educación.
Daisaku Ikeda un hombre que trabaja por la paz mundial, pues vivió la guerra. Sus escritos son de una hermosa sabiduría que nos invita a realizar nuestra propia revolución humana. Aquí una de sus memorias
ALGUIEN EN QUIEN
CONFIAR
(Ensayo de Daisaku Ikeda publicado en 1998, en la revista de
Filipinas Mirror.)
Algunas veces, basta un solo encuentro con una persona para
cambiar enteramente el curso de nuestra vida. Eso fue lo que me sucedió cuando
conocí a Josei Toda, en agosto de 1947.
Era una tarde cálida y bochornosa. Tokio aún mostraba las
cicatrices de la guerra, y en el paisaje urbano, desolado como una vasta
planicie calcinada, subsistían, aquí y allá, rudimentarias barracas y viejos
refugios antiaéreos.
Eran tiempos de extrema escasez económica y de cambios
precipitados. Los maestros de escuela, que antes ensalzaban con ardor la
grandeza del Emperador, de repente se lanzaban al elogio de la democracia. Era
como si ya no quedase nada en lo que valiera la pena creer.
En un ambiente así, era imperativo encontrar algo a qué
aferrarse. Me uní a un grupo de unos veinte jóvenes de mi vecindario que habían
formado un círculo de lectores, en una búsqueda desesperada de respuestas
dentro de la literatura y la filosofía; entre todos, tratamos de encontrar
algún significado u orientación para nuestra vida.
Cada uno traía un libro, cualquier libro que se hubiera
salvado de las llamas, y con eso saciábamos nuestra sed de palabra escrita.
Luego intercambiábamos criterios en discusiones y debates sin fin.
Después de sufrir la peor de las traiciones por parte de los
líderes militaristas japoneses, sentíamos que ya no quedaba nada ni nadie en
quien confiar. Y, de existir alguien, solo podría ser una persona que se
hubiese opuesto a la guerra, aunque hubiera tenido que ir a prisión por ello.
Un día, un amigo mío me invitó a una reunión sobre la
“filosofía de la vida” que se iba a realizar en una casa cercana. El tema
despertó mi curiosidad, de modo que decidí participar.
Al llegar, vi que un hombre de unos cuarenta años presidía
el encuentro. Si bien su voz era más bien áspera, daba la impresión de estar
completamente sereno. Los gruesos cristales de sus anteojos reflejaban la luz.
Al principio, no pude comprender muy bien lo que decía, pues se estaba
refiriendo al budismo. Pero luego comenzó a hablar de manera clara e incisiva
sobre diversos temas, desde cuestiones candentes de la vida diaria hasta
política contemporánea.
Era evidente que no estaba pronunciando un sermón religioso
tradicional ni una disertación sobre filosofía. De manera muy concreta,
empleaba ejemplos de la vida cotidiana para explicar verdades profundas. Y,
aunque la habitación estaba colmada de gente pobremente vestida, flotaba en el
aire una sensación de energía y de inspiración.
El señor Toda era diferente de cualquier persona que yo
hubiese conocido antes. Hablaba con un lenguaje simple, casi tosco, y sin
embargo, irradiaba calidez. Por extraño que pareciera, sentí que de alguna
manera lo conocía, que era un viejo amigo.
Cuando hubo finalizado la charla, el amigo que me había
llevado a la reunión nos presentó. El señor Toda me miró intensamente, con ojos
que destellaban tras los lentes. Esbozó una cálida sonrisa de bienvenida y me
preguntó: “Bien, ¿cuántos años tienes ahora?”. “Diecinueve”, respondí,
impulsado por una extraña sensación de familiaridad. Él replicó con nostalgia
que esa era la edad que tenía cuando había llegado por primera vez a Tokio.
Casi sin darme cuenta, me encontré haciéndole preguntas
sobre cosas que me perturbaban, como la naturaleza de la vida y de la sociedad.
Sus respuestas fueron completamente francas y directas, lo
que demostraba una profunda perspicacia. Por primera vez en mi vida, sentí que
la verdad estaba muy cerca, al alcance de mi mano. El señor Toda irradiaba
convicción. Cuando me enteré de que había estado dos años en la cárcel por
oponerse a la política de agresión japonesa, y que se había mantenido fiel a
sus creencias en todo momento, supe que había encontrado a alguien en quien
podía depositar mi total confianza.
Fotografia de Daisaku Ikeda |
A partir de enero de 1949, comencé también a trabajar en la
editorial del señor Toda. La labor era ardua y prolongada. Sacudida por la
guerra y la derrota, la economía de Japón se vio atacada por feroces olas de
inflación. El efecto era devastador para una compañía pequeña como aquella.
“Tal vez haya resultado vencido en los negocios, pero no en
la vida”, decía él, a medida que muchos de sus colegas lo abandonaban. Nunca
olvidaré el sonido de su voz en ese momento: parecía provenir de las
profundidades de su vida.
Toda dedicó pacientemente su esfuerzo a alentar a quienes
estaban luchando por reconstruir su vida con la ayuda del budismo. Sé de
decenas de miles de individuos que, luego de recibir en forma personal su
aliciente, encontraron la fuerza necesaria para enfrentar las dificultades que
amenazaban con obstruir su camino.
Aunque mi salud y mi situación económica estaban al borde
del colapso, nunca abandoné a mi mentor; había decidido que, si fuese
necesario, lo acompañaría hasta las profundidades del infierno.
En vista de que no pude continuar con mis estudios formales,
el señor Toda se ofreció a enseñarme todo lo que sabía. Se convirtió así en mi
tutor, y nuestras sesiones de estudio continuaron durante los diez años
siguientes.
Con toda paciencia, el señor Toda me instruyó en derecho,
política, economía, física, química, astronomía y los clásicos chinos; y
constantemente me hacía preguntas o me pedía comentarios sobre lo que había
leído. Me alentó a convertirme en un motivo de estímulo para quienes no tienen
la posibilidad de asistir a la escuela.
Fotogarfia de Daisaku Ikeda |
Naturalmente, he olvidado muchos detalles de todo lo
aprendido. Pero lo esencial –el constante ejercicio del pensamiento, una manera
particular de ver las cosas y de elaborar juicios— ha permanecido grabado de
modo indeleble en lo profundo de mi mente. El señor Toda nunca se contentó con
impartirme solo conocimientos; por el contrario, siempre insistió en
desarrollar mi verdadero raciocinio mediante la observación de los procesos que
hay detrás de cada cosa o circunstancia.
Solo un maestro auténtico y dotado de grandes cualidades
puede brindar una educación capaz de forjar realmente a un individuo. Tuve la
gran buena fortuna de encontrar en Josei Toda a esa clase de maestro, singular
y talentoso en extremo.
Aquellos fueron tiempos difíciles, y el camino hacia la
creación de un movimiento popular por la paz estuvo lleno de dificultades. Pero
la fortaleza y la aguda comprensión que desarrollé al trabajar junto a ese gran
hombre me han sostenido en todo lo que he realizado desde entonces.
Llevo su fotografía conmigo en todo momento y me gusta
sentir que él está siempre en mi corazón, como un padre estricto pero amoroso,
observando todo lo que hago. Con cada año que pasa, mi aprecio y mi gratitud
hacia él solo consiguen profundizarse.
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