viernes, 25 de noviembre de 2022

ALTERNATIVAS QUE NOS AYUDAN A SER MENOS MANIPULABLES

En el articulo anterior Buen Abab habla de la importancia de la conciencia critica y el no permitir perder nuestra cultura, hoy tocaré un tema a través de Carlos González una alternativa para relacionar y tomar en cuenta para crecer desde un pensamiento más crítico ante el diario vivir.

Existen un gran número de profesionales que nos interesa los procesos sociales, y analizar esa realidad, dentro de nuestras búsqueda, encontramos diferentes pensadores que nos hacen detener en sus planteamientos y digerir la posición con respecto al tema, a través de la redes conocí  un profesor que tiene un programa de radio y toca temas diversos, entre ellos sus experiencia como educador y cuales serían algunas herramientas que ayudarían a formar a muchos jóvenes, su nombre es Carlos J. González Serrano, filósofo, profesor de filosofía y psicología, orientador (nivel medio o bachillerato), escritor, tiene un blog titulado “El Vuelo de la Lechuza”, articulista, asesor cultural y director del podcast de Radio Nacional Española “A la luz del pensar”, donde repasa la realidad social actual desde un enfoque humanístico y filosófico.

En una entrevista realizada por Oscar Fajardo en la página “El Factor Persona”, al Profesor Carlos Serrano, extraigo una parte de ella, que refleja su enfoque sobre la actualidad, que nos permite tomar un tiempo para analizar.

- Comentas que la filosofía cobra una importancia central para pensarnos como comunidad y trazar vías de transformación social pero, en nuestro mundo actual ¿qué lugar real ocupa la filosofía? Y ¿qué espacio piensas que debería ocupar?

A pesar de mi defensa constante y militante de la filosofía, tanto en los itinerarios académicos de enseñanza media y superior como en nuestra vida personal, no hay que tomarla como una receta o como una suerte de disciplina profética y mesiánica que puede salvar nuestras vidas o que puede encumbrarse como la solución a todos nuestros problemas. Eso significaría convertirla en todo lo contrario de lo que pide el talante filosófico, es decir, significaría transformar la filosofía en un dogmatismo más entre otros, y la filosofía, por definición, es eminentemente contra-dogmática. Esto no quiere decir que la filosofía quiera destruir los dogmas de nuestra época o de cualquier otra, sino cuestionarlos. Ya escribió Unamuno que pensar es pensar contra algo o contra alguien.

Esta preposición es fundamental. No se trata de un ‘contra’ beligerante, que busque deliberadamente la lucha o el conflicto, sino de un ‘contra’ que nos sitúa, o aún mejor, que nos obliga a situarnos. Que nos reubica. Esto quiere decir que la filosofía encierra una vertiente disidente y cuestionadora, que procura pensar la pluralidad y complejidad de la realidad en toda su amplitud.

En este sentido, es imprescindible que, como disciplina histórica, en primer lugar, encuentre un lugar en los planes de estudio de la enseñanza media y superior universitaria. Hay quien no duda en criticar el estudio riguroso y erudito de la historia del pensamiento, pero somos lo que somos por la influencia de un torrente de ideas que se dieron a lo largo del devenir histórico y que no podemos pasar por alto. El afán de conocimiento es importante, pero también lo es contar con la amplitud histórica suficiente como para poder evaluar nuestro presente. Por ello, es importante enseñar desde edades tempranas que siempre existieron individuos que se impusieron como tarea principal pensar la realidad, y que el pensar se manifiesta en acción a través de tratados, movimientos políticos y sociales, mediante la creación de escuelas y academias, …

La filosofía es una disciplina esencialmente teórica. Ahora bien, una filosofía que se quede en lo teórico es, a mi juicio, inoperante. Como explicó Aristóteles, la filosofía es una “ciencia no productiva”, es decir, la actividad que la filosofía pone en marcha es el propio pensar, consiste en poner la realidad entre paréntesis para pensarla. Pero eso no quiere decir que sea, a su vez, una disciplina inactiva o pasiva, conservadora. Todo lo contrario. Una teoría o un pensamiento que no nos empuja a la acción es una teoría o un pensamiento vacuos, vacíos. La gran tarea de quienes enseñamos filosofía es mostrar que ese pensar y pensarnos repercute enormemente en la forma en que nos manifestamos. Es decir, la filosofía puede cambiar la manera en que nuestra vida se da y, con ello, también puede cambiar la vida de quienes nos rodean. Y este es un punto tan bello como fundamental en la enseñanza de la filosofía: que crea comunidad en un mundo en el que cada vez estamos más sujetos a la disgregación, la atomización y el fomento de la individualidad, a veces traducida en soledad endémica.

El pensar filosófico nos enseña a sentirnos menos solos. Más aún, la filosofía nos invita a asociarnos para pensar en común sobre los asuntos que a todos nos repercuten. Y a hacerlo imperativamente. Para actuar.

La nota característica de nuestra época es la conciencia de que tenemos que mejorar las cosas, y lo tenemos que hacer de manera comunitaria, que no sirven las recetas facilonas y dulzonas de la auto-ayuda, sino que debemos asociarnos, relacionarnos y comunicarnos sobre todo aquello que nos afecta emocional, afectiva y políticamente para poder plantear vías de cambio estructural.

- Marcuse afirma que el mundo mercantilista y utilitario reduce la dimensión del lenguaje para instrumentalizarlo a su favor y evitar que las palabras y sus profundos significados y matices se conviertan en amenaza para el sistema. Es algo que vemos con palabras tan profundas y llenas de matices como la libertad, democracia, igualdad, que ven limitado su significado a un uso vacuo y manipulado para reforzar los intereses del sistema de turno. ¿Cómo pueden tomar posición en ese mundo, que todo lo descafeína y lo devora para hacerlo superfluo y digerible, la filosofía y el filósofo, que justamente requieren de esa profundidad y esos matices para desplegarse?

Como siempre defiendo con vehemencia, los profesores y profesoras de Filosofía y las personas que nos dedicamos al fomento del estudio de esta disciplina no podemos ser tan ilusos, presuntuosos e irresponsables como para creernos los salvadores de nada ni de nadie. Ahora bien, en sí misma, la filosofía sí esconde un talante transformador. Cuando nuestras ideas cambian, también cambia, o puede cambiar potencialmente, la manera en que vivimos. Y este es un punto en el que no se hace el suficiente hincapié. Pensar es una labor comprometida y, por qué no decirlo, también en ocasiones dolorosa o desazonadora, en tanto que nos hace conscientes de los malestares que nos acucian. Ahora bien, es una tristeza activa, una tristeza que llama a la transformación. O si no se quiere hablar de tristeza, podemos referirnos a la melancolía. El talante filosófico nos sume en una melancolía de potencia transformadora porque nos lanza a un horizonte en el que las cosas pueden llegar a mejorar. Por tanto, es una melancolía no anquilosante, una melancolía que ansía, una aspiración a lo mejor, tan utópica como necesaria. La filosofía hace que nos tomemos la realidad de manera comprometida, que desarrollemos un juicio propio y la suficiente autonomía como para querer hacer algo desde y con nuestra vida desde una perspectiva activa, individual y socialmente.

- Mencionabas antes que el ser humano está sometido a la tiranía del consumo, algo que también afirma Erich Fromm cuando escribe que el hombre moderno está preso de cadenas invisibles que toman forma de necesidades y consumo artificial. Igualmente, has hablado de Byung-chul Han, quien opina que las personas nos hemos convertido en nuestras principales explotadoras. Sumisión invisible y auto-explotación caracterizan esta post-modernidad y, ante ello, se nos propone la auto-ayuda, el pensamiento positivo o la medicalización de nuestra vida para sobrellevarnos a nosotros mismos. Carlos, ¿puede jugar la filosofía un papel sanador en esta dinámica destructiva?

Como he comentado varias veces en esta entrevista, no soy partidario de tomar la filosofía como remedio de nada. Sobre todo, para mantener su necesaria independencia. Es cierto que, en algunas ocasiones, por el formato propio de las redes sociales, puede parecer que propongo la filosofía como una ‘contra receta’ para, a su vez, acometer el imperio de otras recetas que me parecen muy perniciosas individual y socialmente. Pero no, la filosofía no es remedio, prescripción o un meloso medio sanador. La filosofía es, por su propia constitución y etimológicamente, un afán o impulso por saber, y en ese camino que lleva al saber, sea este lo que sea, topamos con numerosos problemas y cuestiones sin resolver que nos inquietan, que no dejan el ánimo apaciguado, como antes expliqué, y en tanto que no resulta una disciplina inocua ni inocente, nos desazona y nos pone en guardia.

El problema no es el consumo en sí mismo, sino la compulsión a la que nos arroja. Actuar compulsivamente nos aleja de un pensamiento lento, y cuando acostumbramos a nuestro cerebro a la rapidez es difícil hacerlo desaprender y volver a recuperar dinámicas de pensamiento más sanas, más lentas, más propias de nuestro neocórtex. Disponemos de una corteza prefrontal que nos ha permitido frenar los impulsos de la amígdala, del cerebro límbico, relacionado sobre todo con nuestras emociones.

Fomentar la pausa es también fomentar que nuestro cerebro se acostumbre a tomar en consideración todas las posibilidades disponibles y elegir la respuesta más adaptativa y adecuada. Por eso también se apela desde la política institucional a clichés y eslóganes que nos obligan a elegir rápidamente entre las diferentes opciones. De alguna manera, nos obligan a elegir rápidamente, nos adocenan y nos exponen a la continua polarización para tener que decantarnos acríticamente por una opción u otra. Combatir la compulsión y la rapidez significa hacernos menos susceptibles, más conscientes y menos manipulables.

 

Nota: Si le interesa la entrevista completa www.elfactorpersona.com   

 

 

 

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